domingo, 30 de marzo de 2014

Viaje a Speyer

El sábado, por fin, tocaba… ¡viaje a Speyer! Con el Semesterticket podíamos ir sin problemas, así que no teníamos excusa. Bueno, sí, que en Heidelberg llovía a mares y lo último que apetecía era salir a mojarse. A las 10.30 nos plantamos en la Hauptbahnhof y, aunque tuvimos que esperar para coger el tren siguiente al que salía en ese momento, en aproximadamente hora y cuarto pisábamos Speyer.

Speyer es una pequeña ciudad más allá de Mannheim y Karlsruhe, que fue fundada por los romanos (lo que la hace una de las ciudades más antiguas de Alemania) y cuyas atracciones principales son sus iglesias y catedrales. Una de las cosas más curiosas es que apenas está a unos 50 km de Heidelberg, pero cambiamos de Land y pasamos de Baden-Württemberg a Rhein-Pfalz (Renania Palatinado).

El tiempo no acompañaba tampoco en la ciudad, pero al menos no nos llovió demasiado. La primera parada fue la catedral —en realidad la primera fue una panadería, pero estaba mal decirlo—, seguida de la iglesia y una rápida visita a la ribera del Rin. 

 Monumento a los caídos en la plaza principal de Speyer


 Damos y caballeras, con todos ustedes... ¡Santiago!

 Por si no os creíais lo del Camino de Santiago. En el primer párrafo podéis ver un Compostela, por si aún dudáis

Fotillo frente a la catedral. De izquierda a derecha: Thaís, Natasha (amiga de Thaís), Cecilia y Ernst

 El día no, no acompañaba

Parte del interior de la catedral

 Interior de la iglesia. Mi cámara ese día no quiso colaborar y las fotos salieron todas movidas...

Visitilla breve al Rhein

Después, algunos querían ir de compras por la ciudad y otros pasear, así que nos separamos y nos fuimos a dar una vuelta y a seguir sacando fotos. A la hora de comer fuimos a un tailandés de comida rápida que tenía una oferta para estudiantes bastante apetecible (y una salsa picante muy pero que muy picante) y, al terminar, nos reunimos con los demás y volvimos a casa sobre las seis de la tarde.

El domingo fue tranquilo, y, como siempre, limpié, organicé, hice coladas y preparé la clase del día siguiente. La alegría del día me la llevé al hallar, al fondo de un armario, ¡varios moldes estupendos, redondos y desmontables (junto con una batidora eléctrica)! Aún no los he podido probar, pero estoy deseándolo.
El lunes tocaba trabajar a conciencia. Al día siguiente tenía mi Referat en clase —una exposición de unos 10 minutos en la que podíamos hablar de lo que quisiéramos, siempre que diera pie a preguntas después—, en el que tenía pensado hablar de la diferencia entre un traductor y un intérprete y los distintos tipos de trabajo que realiza cada uno, de forma sucinta. Además, también teníamos el último examen del curso, sin contar con los deberes diarios y el debate que había organizado para ese día en clase. ¡Un buen día, sin duda! Lo que más me asustaba era la idea de tener que hablar delante de toda la clase, que tienen en general mucho mejor nivel que yo (ejem, en mi universidad he dado hasta el A2 y aquí han considerado que estoy en un B2.2) y meter la pata de forma estrepitosa. No me pasaría igual si fuera en español o incluso en inglés, pero el alemán es harina de otro costal y todavía, pese a que ya llevaba un mes aquí, siento que no he mejorado mucho, salvo quizá en que comprendo bastante mejor a la gente cuando habla. ¡Con algo tengo que consolarme!

Tengo que reconocer que envidio a muchos de mis compañeros por la desenvoltura que tienen al hablar o la naturalidad con la que se ponen a hablar con alguien aunque cometan errores o no puedan expresar todo lo que quisieran. Yo me aferro constantemente al qué pensarán y me intento proteger de las conversaciones hasta reducirlas a las imprescindibles, pero sé que así no puedo seguir.

Tonterías aparte, ese día lo pasé preparando lo que para mí sería la muerte hecha lengua al día siguiente.

Sin embargo, no todo salió tan mal como me esperaba. El examen no fue tan complicado —si bien fue bastante largo, con sus cuatro páginas más el Textproduktion—, y el debate me dio la oportunidad de arrancarme a hablar delante de la clase (aunque lo perdiéramos y nuestra postura a favor el uso de fármacos para el neuro enhancement acabase en el cubo de basura). 

A la hora del Referat tengo que decir que yo misma me sorprendí. Llegué a la mesa de la profesora todavía con los colores subidos del debate (en el que, de hecho, intervine solo una vez, pero que me bastó para ponerme como un tomate) y me puse a hablarles a mis compañeros como si estuviera charlando en la Mensa más que haciendo una exposición en clase. No sé si a todos les gustó (reconozco que mi texto pecaba de simple en comparación con los suyos) o si transmití todo lo que quise transmitir, pero yo me encontré bastante cómoda y eso me animó bastante el rato que estuve hablando. El único inconveniente fue que no pude terminarlo porque se acabó el tiempo y que tendría que continuar al día siguiente.

Al salir de clase hice una pequeña visita al supermercado para comprar todo lo que iba a necesitar al día siguiente. ¿Qué iba a necesitar? ¡Comida! Había invitado a cenar al día siguiente a Daan, Tomás e Ignasi —Holger y Yohei caerán algún día…— y tenía planeado hacer pizza casera, así que iba a necesitar bastantes cosas, porque, como dice mi madre, los niños comen mucho. Yo donde mejor me lo paso es en el supermercado (como ya ha podido sufrir en más de una ocasión mi adorable vecino) y disfruté como una enana.


Entre eso y preparar los deberes para el día siguiente el día se terminó de ir volando.

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