El martes no fue un día normal. Empezando porque era
carnaval en Heidelberg y terminando porque tenía un millón de cosas por hacer:
el examen, hacer la compra para llenar un poco la despensa, la colada, limpiar
el cuarto, el empadronamiento, imprimir unas fotos en el DM para el Studentenwerk, ir a Kaufland a comprar
algo de menaje y, si daba tiempo, comer y respirar.
A las 10 de la mañana
tenía que estar en Neuenheimerfeld,
el campus de ciencias de la ciudad, para hacer el Einstufunstest, es decir, el examen para el curso previo, necesario
para saber en qué nivel te pondrán. Como tenía que coger dos autobuses, salí
pronto de casa.
Había quedado con algunas personas al principio de la calle
principal de la ciudad, aunque no todas aparecieron. Allí conocí a tres chicas
que también se dirigían al examen (Eve, inglesa; Maël, francesa y otra chica
noruega, de la que nunca pude recordar el nombre, ¡lo siento!). Al llegar me
encontré con el chico japonés al que conocí en el autobús, y al que esta vez
pude poner nombre: Tatsuki. Más majo el tío.
Una vez en el Studentenkolleg,
empezaba el examen: dos partes de 45 minutos, de gramática y de producción de
un texto. El examen es feo, especialmente la parte final, pero se puede
sobrellevar. La verdad es que podría haberlo hecho mejor, pero no había
estudiado, ni tampoco habría tenido tiempo para ello. Los resultados del examen
los sabríamos esa misma tarde, sobre las seis. Nada que ver con lo que tenemos
acostumbrado.
Después del examen, tomé el tercer autobús del día para
intentar ir al ayuntamiento, en Schlierbach-Ziegelhausen, a un par de paradas
de mi casa. Cerrado por carnaval. Porque sí, ayer, martes 4 de marzo, era el
día grande del carnaval aquí en Heidelberg (Fasching), y todo se volvía un desbarajuste.
Sin poder empadronarme y cada vez más nerviosa al respecto (porque es necesario
presentar el papel a la hora de abrir la cuenta en el banco y los dos siguientes
días no tenía tiempo material para hacer nada), cogí otro autobús que me dejó
en casa. Allí comí lo que pillé y me dirigí de nuevo a la Altstadt, para intentar hacer algo de lo anteriormente mencionado.
A menos de una parada de distancia, y tras verme rodeada de gente disfrazada,
recordé que era el día del carnaval, así que me bajé, volví caminando, cogí la
cámara y me senté pacientemente a esperar de nuevo el autobús. En la parada
coincidí con Nuria, que iba camino del carnaval y me invitó a ir con ella y sus
amigos. Tenía demasiadas cosas que hacer, pero ¡qué demonios! El carnaval es
una vez al año.
Qué sorpresa me llevé al ver que, junto a sus amigos, estaban
mis dos compañeros de Málaga, Hugo y Will, a los que hacía perdidos por los rincones de
Europa. Tras un efusivo abrazo por mi parte, me contaron qué tal les iba por
allí, y nos pusimos rumbo a la Hauptstraße.
Allí, tras más de una hora oliendo el puesto de salchichas y de ver a gente
disfrazada, por fin, empezó el desfile. Estos alemanes sí que se lo montan
bien. Las carrozas eran sencillas, pero todo el mundo desfilaba animadísimo y
gritando Hallo! al público, tirando
caramelos, bolsas de palomitas, chocolate, llaveros y hasta copos de jabón.
Creo que lo mejor es que veáis vosotros mismos algunos (muchos) ejemplos:
Cuando la última carroza cerró el desfile, una verdadera
marea de gente inundó la calle, e intentar andar hacia abajo, a
contracorriente, no parecía la mejor idea.
Acabé por despistarme de los chicos
y, como no tengo Internet todavía y la tarjeta del teléfono va regular, los
perdí definitivamente. Con las mismas, y viendo que se me acababan las horas
aprovechables de la tarde antes de tener que ir a mirar las notas, me compré un
bollo con pepitas de chocolate en una panadería (porque servidora tenía hambre
a esas horas ya), me dirigí a Aldi a hacer unas pequeñas compras, por donde me
paseé impunemente con el pelo lleno de confeti y la nariz con un chafarrón de
tiza azul (porque servidora acabó, gustosamente, con la nariz pintada de azul
tras el carnaval).
Lo de la marea de gente no era por exagerar
Dos autobuses después, solté las cosas en casa y cogí otros
dos autobuses para ir hasta Neuenheimerfeld
y poder ver las notas. Me colocaron en un B2.2, que considero demasiado para
mí, pero ya veríamos al día siguiente. Lo único que quería era coger los
últimos dos autobuses, volver a casa, darme una buena ducha y caer rendida en
la cama. Resultado: once autobuses en un mismo día y una tarjeta de transporte
más que amortizada. Al día siguiente a las once de la mañana empezaba el curso
en el mismo sitio donde había hecho el examen, y todavía tendría que hacer todo
lo que no había podido hacer en ese.
Ho!
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