sábado, 8 de marzo de 2014

El estómago me hace palmas

El miércoles me desperté decidida a hacer un montón de cosas. La primera clase del curso era a las once de la mañana —por ser el primer día—, y, como el sol entra por la ventana desde bien temprano, tenía algunas horas por delante, así que me puse manos a la obra y limpié a conciencia mi cuarto. Una cosa menos.

Llegué a Neuenheimerfeld media hora antes de lo previsto, que utilicé para encontrar la clase y hablar con la gente que ya había dentro y que serían mis compañeros. Yo me había sentado junto a un chico que resultó ser brasileño, Felipe, y estuvimos conversando hasta que llegaron todos y la profesora entró. Löhle, la profesora, es muy simpática; algo estricta, pero muy buena. Me gusta especialmente el hecho de que nos corrige inmediatamente en cuanto nos equivocamos, cosa que nunca habían hecho antes durante mis clases en la universidad. Al principio pensé que esa clase iba a ser demasiado para mí, pero al final todos tenemos más o menos el mismo nivel, así que decidí quedarme.

Durante la primera clase nos conocimos los unos a los otros: dos brasileños, una inglesa, una italiana, un rumano, un estonio, un japonés, tres neerlandeses y… ¡tres españoles! Después de la (corta) clase los españoles (Tomás —que dio la casualidad de que vive en la misma residencia que yo— Ignasi, Íñigo y una servidora), como era de esperar, acabamos haciendo piña, junto con Daan, Holger y Georgios (neerlandés, estonio y griego, respectivamente, a cada cual más majo). Pusimos rumbo a la charla que había preparada para los Erasmus mientras comentábamos qué haríamos al terminar.

Durante la charla me quité un gran peso de encima: en la matriculación del día siguiente podría empadronarme. La Immatrikulation es el momento en el que entregas oficialmente todos los papeles a la universidad y te conviertes en un estudiante más, carné (y todo lo que conlleva) incluido. También nos ayudaron a rellenar todos los documentos que nos dieron, cosa que agradecí mucho. Otra cosa no sé, pero ponen muchas facilidades a los estudiantes y les ofrecen muchísimos servicios (y a unos precios nada despreciables).

Acabamos sobre las tres de la tarde y nos fuimos a buscar enseres que necesitaban algunos de ellos, entre ellos yo, que estaba loca por ir al Kaufland de Eppelheimerstraße (¡y comprar un cuchillo de cocina y una tabla en condiciones!), que se suponía que era supergrande y donde podría encontrar el resto de cosas que me faltaban. Al final logré convencer a los chicos (sé que me leéis de vez en cuando, ¡siento el paseíllo!) para que fuéramos y, efectivamente, era grande, muy grande. Demasiado grande.

Muchas compras después (algunas innecesarias, como el bote de crema de chocolate con avellanas y las tarrinas de comida preparada —te miran desde las estanterías con esos ojitos suplicantes y te atraen con cantos de sirena: «¡Cómprame, cómprame!», y a ver quién les dice que no—, y otras muy necesarias, como una ensalada después de tanto tiempo), volvimos cargados a casa y yo pude llenar algo más la despensa. Me acosté pensando en cómo sería el primer día de curso y, sobre todo en qué nos darían para desayunar.
El jueves comenzaron de verdad  las clases de alemán. Löhle quiere meternos caña (y bombardearnos —o enterrarnos—) con fotocopias de verbos irregulares, textos, ejercicios de gramática… y lo está consiguiendo. Por supuesto, lo mejor de la mañana fue el desayuno. Yo lo siento, pero eso es así. Todos los días, de 10.30 a 11.00, tenemos una pequeña pausa de las clases, en las que bajamos a desayunar; sin embargo, ¡no es un desayuno cualquiera! Podemos elegir entre té, café o leche y nos ponen por delante varias cajas con distintos tipos de dulces (Streusel, herraduras de hojaldre, berlinas, Brezeln… ¡cada día cambian!), traídos de Riegler, o lo que es lo mismo, una de las panaderías-confiterías (Bäckerei) con más solera de toda Alemania. Para una amante de la repostería y del comer como yo, os podéis imaginar: el estómago me hace palmas.

Después de las clases, sobre las 12.30, todavía teníamos unas horas antes de que nos tocase ir a matricularnos. Mis compañeros tenían el turno de las 15.00 y yo el de las 16.00, y, como yo tenía que ir a hablar con el casero (el Hausmeister) para rellenar el formulario de desperfectos, cada uno tiró por su lado. Yo tardé bastante poco con Herr Müller y me reuní con ellos al cabo de un rato. Cuando terminamos, y con nuestros flamantes carnés universitarios nuevos, nos encaminamos hacia la Triplex-Mensa para comprar el Semesterticket. El Semesterticket es un ticket de la RNV (Rhein-Neckar-Verkehr) de venta a estudiantes universitarios y que, por 145 €, puedes usar para montarte en todos los autobuses, tranvías y trenes que entren dentro del convenio y estén dentro de la zona que abarca el acuerdo (quizá unos 200 km a la redonda, aproximadamente), de forma ilimitada. Con un poco menos de peso en los bolsillos, fuimos a la Zeugmensa para recargar el carné universitario.

Aquí merece la pena que haga un inciso y explique brevemente qué tiene de especial el carné universitario en Heidelberg y qué es eso de la Mensa. Al menos en Málaga, el carné universitario sirve únicamente para sacar libros de la biblioteca y poco más, pero aquí las cosas son muy distintas. El Studenten-ID funciona como una tarjeta monedero, que puedes recargar en las múltiples máquinas que hay repartidas por las instalaciones de la universidad, entre ellas las Mensa. El carné es necesario para cosas como sacar libros de la biblioteca, hacer fotocopias, pagar en las Mensa y hasta poner una lavadora en tu residencia, porque todo se cobra de ahí. Ahora bien, ¿qué es una Mensa? Mensa es el nombre que reciben aquí los comedores del Studentenwerk. Hay tres en la ciudad: dos en el centro (Zeugmensa y Triplex-Mensa) y otra en Neuenheimerfeld (Zentralmensa). Los comedores universitarios son muy baratos y, según los que los han probado, de bastante buena calidad. Según cómo os lo montéis y lo que os guste comer, podéis hacerlo y gastaros entre dos y cinco euros (o según el hambre que tengáis), pero os digo que un menú diario ronda los dos euros y pico, que es menos de la mitad de lo que vale en mi universidad. Yo tengo ganas de ir a comer un día, así que ya os contaré.

Aclarado el concepto, seguimos con el viaje. Bueno, no fue mucho más, sino otro paseo por los principales supermercados de la ciudad (¡donde encontré garbanzos azucarados! Cielo santo), porque teníamos que hacer algunas compras, un par de paseos en autobús y de vuelta a casa, con el tiempo justo de hacer los deberes del curso y comer algo.


Ho!

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