El martes, por fin, fue uno de los primeros días en los que
fui a comer a la mensa después de las
clases. Como ya os adelanté, la oferta de comida es abrumadora y los precios
bastante asequibles. A mí me gusta verlo como una oportunidad para probar cosas raras, así que me pasaré a menudo por allí.
Después de comer teníamos que ir a la oficina del Hausmeister a entregar el formulario de
desperfectos, pero no nos llevó más de media hora, porque al menos nuestro
casero despacha a la gente bastante rápido.
El día volvía a ser soleado, totalmente primaveral, e
invitaba a estar en la calle, comer helado y tirarse en la hierba a no hacer
nada más que sentirse los pelillos de los brazos moverse con el viento. Con las
esperanzas puestas en que vendrían más días como esos, nos marchamos a casa.
Esa misma tarde, sobre las 19.30, tenía lugar un concierto
de música de cámara en la Alte Aula
de la universidad para alumnos (y para quien más quisiera), así que nos
reunimos un rato antes para encontrar el lugar. El concierto duró alrededor de
hora y media y fue estupendo, y más si se tiene en cuenta cómo era la sala:
Sufrid, ¡sufrid! ¿Por qué no tenemos estas cosas en Málaga?
Tras el concierto, algunos fueron a tomar algo por la zona
de Universitätsplatz, pero otros nos
fuimos a casa.
Los siguientes días, por fortuna, fueron más
tranquilos.
Por las mañanas atiborrándome en el curso y por las
tardes sin mucho ajetreo, trabajando en casa con las múltiples tareas que
siempre tenemos para el curso de alemán y mirando y remirando asignaturas de la
universidad.
Aunque parezca que siempre las estoy mirando, en realidad solo
hago eso: las miro. Después de eso tengo que mandar correos electrónicos a los
profesores de las asignaturas que pueda encajar en el horario y que se parezcan
en algo a lo que hago en Málaga, y de lo uno a lo otro va un trecho,
especialmente cuando no sabes hasta principios de semestre si podrás cursar dos
de las asignaturas más importantes.
El jueves nos anunciaron que el próximo lunes tendríamos un
nuevo examencillo en el curso, así
que había que ir pensando en ponerse las pilas un día de estos si no quería
terminar como en el anterior.
Sin embargo, y como siempre, suelo decir más que hacer y
pasé la tarde haciendo poco tirando a nada, aparte de poner coladas, seguir
mirando bicicletas, limpiar y, eso sí, comer por fin como Dios manda en casa.
El viernes, esta vez sí, tocaba ajetreo de nuevo. Después de
conocer a la profesora que tendríamos a partir de la semana próxima (más estricta, si cabe), partimos
hacia Mannheim junto con el resto de compañeros del curso. Allí nos llevaron a
ver Stillleben in einem Grabe (Naturaleza muerta en una cuneta, en la
adaptación de España), una obra de teatro moderno de temática criminal (un Krimi de los que tanto les gustan a los
alemanes). La obra la verdad es que fue muy buena, sobrecogedora por momentos y
con un final inesperado, aunque (al menos yo) no pudiéramos entender todos los
diálogos, cosa que era normal, según nos contaron.
Después de la obra, y con el estómago lleno de pastel de
semillas de amapola (ejem, del desayuno),
sobre las seis de la tarde, pusimos rumbo a Neuenheimerfeld
para hablar con un joven que tenía unas bicicletas para nosotros.
Por el camino aprovechamos y tiramos por la orilla del
Neckar, donde había decenas de personas paseando o haciendo deporte, y donde
este era el paisaje que se podía ver:
Con una bici nueva a cuestas (desde aquí gracias de nuevo a
mi vecino favorito, por acompañarme y soportarme todo el camino, que no fue
poco) y después de ver otro par más para mi acompañante, me volví a casa y di
por terminado uno de los días más largos desde hacía tiempo.
Plus: Esto es lo que una servidora ve desde su ventana cada mañana.
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