El domingo, a las tres de la tarde, tenía lugar un tour por la ciudad para los estudiantes Erasmus,
llevado a cabo por la asociación de estudiantes AEGEE. Como tenía bastante
tiempo durante la mañana, me levanté temprano (cosa que es inevitable, dada la
insoportable cantidad de luz que entra cada mañana desde las siete) y, además
de perder mi escaso tiempo haciendo el vago, también adelanté algo de las
tareas del curso de alemán —ya que, al día siguiente, recordemos, me sentaría
cara a papel con el primer examen de la temporada— y preparé la comida para ese
mediodía, de la que daríamos cuenta en casa de Tomás.
Sobre las 14.40 llegamos a la Marstallmensa y, en poco tiempo, empezaron a arremolinarse
alrededor el resto de Erasmus que iban llegando. Bueno, más que arremolinarse,
se ponían por donde pillaban, porque todas las mesas del patio estaban ocupadas
por estudiantes ávidos del sol de aquella tarde, radiante como un día de marzo
a los que yo estoy acostumbrada. Me vais a perdonar la ordinariez, pero tengo
que compartir mi hallazgo del día:
Foto tomada de la puerta del baño de la Marstallmensa. Entre Frau Reichenbach y esto...
Dejando las puertas de baño a un lado, el tour no estuvo mal, pero esperaba algo
más, ya que el guía parecía algo despistado; sin embargo, decidimos que los
lugares que nos enseñaron (de aquella
manera, todo hay que decirlo) resultaban estupendos para irnos un día con
tranquilidad a hacer fotografías en condiciones. Aquí dejo, sin embargo,
algunas:
Sale el Sol en Alemania y la gente se vuelve loca
El día no podía ser mejor
Heidelberger Brückenaffe, el mono del puente de Heidelberg. No terminé de entender su significado...
Vista parcial del castillo junto a la academia de ciencias
Parte de la catedral
Una de las cosas más destacables del día fue, como ya he
dicho, el buen tiempo. Estábamos apenas a unos dieciocho o veinte grados, pero
por las calles se podían ver riadas de gente en mangas de camisa, en manga
corta o, incluso, en tirantas, devorando helados de tamaño espeluznante o
guardando el sitio en colas de tamaño más espeluznante para comprar uno.
Mientras, nosotros paseábamos con la bufanda al cuello, quizás con más ganas de
un helado que ellos. Nos conformamos con comprar unas crêpes en una diminuta tienda cercana a la catedral que nos
supieron estupendamente —el mío, al menos, a mí sí, ¡con salsa de manzana y
canela!—.
Poco después volvimos a casa, con el tiempo justo de
terminar las tareas, cenar algo y esperar que el examen del día siguiente no
fuera demasiado difícil.
Pero lo fue.
El examen fue más complicado de lo que esperábamos, pero
¿qué queríamos? Nadie pensaba que el B2.2 fuera fácil, y no lo es. Eso sí,
estamos aprendiendo muchísimo y Frau
Löhle es un amor.
Después de las clases fuimos a buscar bicis. Aquí la
bicicleta es el medio de transporte por excelencia. Hay cientos y cientos (sin
exagerar) aparcadas por todas partes o en constante movimiento; la gente pasea,
compra y se desplaza a todas partes con ella y hay carriles bici allá donde
miréis. Así pues, hay un mercadeo de bicicletas usadas inmenso, y si os movéis
bien podéis encontrar una por cincuenta o sesenta euros, que luego podéis
revender al marcharos, con lo que el transporte (si no habéis comprado el Semesterticket) os saldrá por nada y
menos.
Fuimos a una tienda más allá de Eppelheimerstraße,
con la que nos costó dar un buen rato (¡siento el paseo!), pero no encontramos
nada que nos satisficiera. Afortunadamente, dos veces por semana incluyen
nuevas bicicletas en el catálogo, así que podíamos seguir mirando más adelante.
Tras llegar a casa prácticamente a las cinco de la tarde y
de comer algo rápido, bajé a comprar con Ignasi a Kaufland a las seis, para
volver «pronto» a casa, hacer los ejercicios y meterme pronto en la cama.
¡Ho!
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