Los siguientes días los dividiré en varias entradas diferentes,
porque son demasiadas cosas para contar en una sola.
El día del domingo fue un día para recoger cosas, hacer
maletas de nuevo y pensar en qué pasaría al día siguiente, cuando, por fin, me
darían las llaves de la habitación de mi residencia. Lo pasé todo el día en
pijama y, sobre las ocho y como cada domingo, Anni vino y nos pusimos a ver Tatort. El capítulo del domingo era en
Austria, así que tampoco entendí mucho.
La mañana del lunes me desperté temprano y, envuelta en mi
abrigo y bajo dos capas de ropa, me encaminé hacia la Triplex-Mensa para recoger las llaves de la habitación. Allí, una
amable señorita con un marcado acento alemán, nos explicó a mí y a dos chicos
que conocí dónde estaban nuestras respectivas residencias. Las suyas estaban en
Neuenheimerfeld, al norte del a ciudad, la zona universitaria por excelencia,
también algo alejada del centro. La mía está en Schlierbach Landstraße, es decir, en el culo de Heidelberg. Ni siquiera está en el mapa. El
supermercado más cercano está al otro lado del río, junto con el ayuntamiento.
«¡Esa residencia es de las más nuevas!», decía la mujer, como intentando
mitigar un poco la estocada. Más que decepcionada, me acerqué al mostrador y
pagué el primer mes junto con la fianza; en el puesto de la universidad nos
dijeron que hasta que pudiéramos comprar el Semesterticket,
lo mejor sería que comprásemos una tarjeta para los cuatro días que había hasta
el jueves para poder movernos por la ciudad. Lo único que se me pasaba por la
cabeza durante el trayecto de vuelta a casa de Anni era «¿Por qué a mí? ¿Para
qué solicité la residencia tan pronto, si se han pasado mis preferencias por el
forro gorro?». Ni siquiera ella sabía dónde estaba eso. Para colmo de males, el ayuntamiento no abría los lunes, así que ya era otro día más que no podía ir a hacer el empadronamiento.
Tras revisar el contrato por enésima vez, me fijé en un
pequeño detalle: el contrato dura ¡hasta el 30 de septiembre! No de agosto, que es cuando acaba el semestre
oficialmente, no. Otra cosa más para hacer: ir a reclamar al Studentenwerk.
Tras terminar de poner en orden mis cosas, tomé dos de los cuatro pesados
bultos que tenía y me encaminé hacia la estación principal de Heideberg, la Hauptbahnhof para comprar una tarjeta de
transporte válida durante los cuatro días siguientes, en los que me tendría que
mover bastante, antes de que me dieran mi carné de estudiante. La tarjeta
cuesta 16,50 €, pero yo casi la amorticé en el primer día, ya que los autobuses
que van a mi zona cuestan 2,40 € por viaje.
Por fin, después de pasar veinte minutos en un autobús en el
que conocí a tres de mis vecinos (un chico japonés y un chico y una chica
chinos) y de ver desde la ventana un cartel que indicaba el fin de Heidelberg y
el comiendo de Schlierbach, llegué a mi residencia. Dos edificios unidos por
pasarelas, de tres pisos de altura y con cinco puertas por piso, todo muy
sobrio, muy industrial, muy gris, muy triste.Al abrir la puerta (que me costó
encontrar, llamé en inglés, por si había alguien dentro. Salió a recibirme una
chica que en un primer momento me pareció italiana. Le dije que era Erasmus y
ella me dijo que también, que ella era ¡de España! Mi cara de sorpresa y mi «¡¿También?!»
hicieron el resto. Nuria (así se llama mi compañera, que también estudia
Traducción y que conoce a mis dos compañeros que llevan aquí desde principios
de curso) me enseñó la casa, la cocina, y el baño que comparto junto con un
chico y una chica, ambos alemanes. Mi habitación era la número tres, y, detrás
de la puerta, encontré una habitación muy amplia, con una cama con buena pinta
y una estantería y un armario gigantescos. No estaba mal. Vacía, totalmente,
pero nada mal. ¡Y con vistas al río! Pondré fotos en cuanto me sea posible.
Me esperaban otro par de viajes para terminar de traer todas
las cosas a mi habitación, y me esperaba también el momento de despedirme, por
ahora, de Anni. Dos autobuses, un paseo por Aldi para comprar una almohada y
más de una hora después, llevé el resto de mi equipaje a la habitación. Cogí
otro autobús de nuevo que me llevó a Altstadt,
al Infocafé, donde me dieron las llaves, e intenté aclarar lo del contrato. Al
parecer, este semestre va a durar de forma extraordinaria siete meses, por eso
mi contrato también tiene esa duración. De todas formas, me dieron el
formulario de renuncia y me dijeron que quizá podrían encontrar a otro
estudiante que quisiera completar el resto de mi estancia si yo quería irme
antes del tiempo estipulado en mi contrato. Yo pensé que quién iba a querer
vivir al otro lado de la montaña, pero que lo intentaría igualmente. Una rápida
visita a Galeria Kaufhof (también conocido como El Corte Inglés alemán) tuvo
como resultado el disponer, por fin, de una sábana bajera para mi cama. ¡Ya lo
tenía todo!
Por fin, tomé el último autobús de día y llegué a casa,
donde empecé a desempaquetar todas las cosas y a intentar acostumbrarme al que
será mi hogar durante los próximos seis meses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario