domingo, 27 de abril de 2014

Ostersonntag

Poco a poco la universidad dejó de ser aquel sitio extraño y empecé a familiarizarme con las aulas y los pasillos de cada facultad.

En la primera clase del jueves volví a coincidir con los antiguos compañeros brasileños del curso de alemán, además de con treinta personas más de las que ninguna conocía su cara y que, según nos hizo saber la profesora, era un número excesivo para poder dar clase con comodidad. Ya lo veis, una acostumbrada a las clases de alrededor de medio centenar de alumnos, en las que a veces faltan sillas y no todo el mundo puede participar, y aquí con veinticinco ya tienen el cupo completo. Si la semana siguiente seguía habiendo tanta gente, tendrían que borrar a unos cuantos, supongo que usando el infalible método del tú sí, tú no.

Sin embargo, una de las mejores clases, o al menos una de las más entretenidas, fue la clase de traducción literaria, que se daba justo a mediodía. No tanto por el contenido de la asignatura, que hace necesaria la pasión por la escritura, la lectura y una imaginación a prueba de gramática alemana, sino porque a la profesora se le nota que le gusta lo que hace. Inspira, expira y transpira entusiasmo. Tal vez incluso demasiado. Qué susto de mujer.

Con toneladas de nuevo trabajo para la semana siguiente, me marché a casa para coger mi indumentaria de deporte e ir de nuevo al gimnasio. Es fácil acostumbrarse a ir al gimnasio cuando sabes que no tienes que pagar ni un solo euro; no es de extrañar que aquí por la calle puedan verse a tantos jóvenes lozanos y en forma teniendo esto aquí al lado.

El viernes se celebraba el Karfreitag, algo que podría asemejarse a nuestro Viernes Santo. Por esa razón no había clase y la mayoría de los establecimientos permanecían cerrados, así que el día se dibujaba perfecto para adherir las posaderas a la silla del ordenador y trabajar, como dicen por aquí fleißig, entre toneladas de chocolate y porquerías varias.

El sábado me liberé de un salto de las garras de la cama y puse rumbo al supermercado más grande de los alrededores en busca de moldes individuales para flan, y es que había que comprar provisiones para la gemeinsames Abendessen del lunes, o lo que es lo mismo, una especie de cena internacional que íbamos a organizar en casa de Daan.

No sé por qué, pero no me extrañó en absoluto que no hubiera flaneras por ninguna parte. ¿Quién necesita flaneras cuando aquí no saben lo que es el flan? Unos tristes moldes para pudding fue lo único que fui capaz de hallar entre las estanterías del supermercado y que se quedaron allí, porque, para hacerlo mal, no se hace.

De forma extraordinaria, voy a contar esta vez más de tres días, y es que parece ser que no hago nada lo bastante interesante como para poder llenar más de una página.

El domingo, afortunadamente, fue un día del que sí tengo algunas cosas más para contar. Ostersonntag en Alemania, domingo de pascua. De manera tradicional, tenía lugar una misa de pascua en la Jesuitenkirche, a la que fui junto con unos amigos. No soy creyente y no soy católica, pero reconozco que tenía curiosidad por saber si aquí serían las misas algo diferente a lo que estaba yo acostumbrada en España. 

Lamentablemente no me llevé ninguna sorpresa, pues todo transcurrió de forma prácticamente idéntica a las misas que conozco, salvo porque aquí parece que se canta mucho más y la paz se da con la mano. Desconozco si es normal en el resto de España o solo donde yo vivo somos nosotros tan besucones.
Tras la más que larga misa, nos paramos a comer en un restaurante mexicano (o en la parte mexicana del Gino’s) de la archiconocida calle principal de la ciudad, que recomiendo si la carne os gusta más que picante y no recomiendo si el café no os gusta si no está aguado.


Hacía un día bastante bueno, así que, después de reunirnos con otros amigos, nos sentamos un rato en la Neckarwiese, hasta que se empezó a nublar demasiado como para poder disfrutar plenamente del sol, que fue cuando cada uno se marchó a su casa.

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