El martes empezó con una buena noticia, que no era del día
de los inocentes, por desgracia: alguno de mis papeles se había extraviado y
faltaba de mi expediente académico en la Universidad de Heidelberg. ¿Qué ha
pasado? ¿Cómo ha pasado? ¿Dónde ha pasado? ¿Podrías
mirar entre tus papeles y ver si lo tienes tú?, me dijo la chica de
Relaciones Internacionales. Pues sí, se ve que lo tenía yo. Misterio. Me llegué
la mañana siguiente a dárselo y, de paso, a hacer la transferencia para el studienbegleintenden Deutschkurs, que lo
voy dejando, lo voy dejando…
Por supuesto, hacer la transferencia fue otra odisea, porque
la hice personalmente en el banco y los papeles en alemán y yo aún no nos
entendemos muy bien.
Con todo solucionado, ¡por fin!, esperé hasta mediodía, que
salíamos para Ikea Mannheim a comprar un par de cosillas.
Otra cosa no sé, pero para ir a al Ikea de Mannheim hace
falta tiempo, mucho tiempo. Salimos sobre las tres de la tarde y llegamos a
casa a eso de las diez de la noche, y no es que nos entretuviéramos mucho
dentro, sino que teníamos que coger un tren hasta Mannheim, el tranvía hasta la
última parada, Sandhausen, y, allí, el autobús hasta Ikea (sin contar con los
25 minutos desde casa hasta la estación de tren). Todo para que al final no
hubiera ni uno de los moldes que tenía ganas de comprar. ¿No es maravilloso?
Por suerte la estupenda compañía amenizó el viaje y la tarde fue entrañable y
estuvo bien aprovechada.
La mañana y parte del mediodía del jueves la malgasté sin
hacer mucho de provecho, salvo estudiar a ratos. Hay que cambiar estos hábitos
ya. Por la tarde, eso sí, me había decidido a ir al gimnasio a probar una
actividad que parecía lo suficientemente fácil como para una torpe como yo,
pero que me permitiría salir del apalancamiento deportivo al que llevaba
sometida desde que llegué aquí. Además, aprovecho que aquí la mayoría de
los deportes son gratuitos: vas, lo
pruebas y, si te gusta vas. Y si al día siguiente quieres ir a otro diferente,
pues vas también; solo hay que presentar el carné de la Universidad de
Heidelberg. Me pregunto por qué no se les habrá ocurrido algo así en Málaga; no
sé, algo que los estudiantes agradezcamos, así de vez en cuando.
Con las mismas me fui para el polideportivo (que tampoco
está cerca precisamente, pero teniendo en cuenta que el autobús que tengo que
coger para salir de mi casa y llegar a la civilización no me lo quita nadie, no
está mal) y allí me metí en flexibar,
algo que parece bastante arraigado en Alemania, pero de lo que yo nunca había
oído hablar. Me gustó bastante, así que he pensado que seguiré yendo, ya que
parece bastante bueno para la espalda ¡y gratis!
Después del deporte, y como al día siguiente mis compañeras
de piso querían hacer una barbacoa en casa con unos amigos y nos habían invitado,
fuimos en un salto al súper para comprar los ingredientes para el postre…
¡flan! ¿Cómo no tienen algo tan básico aquí? Se
iban a enterar los alemanes estos de lo que vale un flan.
El viernes todo parecía haberse puesto de acuerdo para que
yo no hiciera el dichoso flan. Desde no tener huevos (el tendero de debajo de mi
residencia sí que tenía huevos… a 2,20 me quería cobrar la media docena) hasta
que la leche condensada no fuera leche condensada. En este país la leche
condensada no está condensada, así que no sé por qué la llaman Kondensmilch; se trata de leche
azucarada y ligeramente más amarillenta que la leche normal. ¿Así quién calcula
las cantidades, eh?
Por otra parte, mis compañeras habían comprado de todo:
ensalada, queso feta, varios tipos de embutidos (Wurst), carne… Así que nos pusimos bien. El flan no pudo terminar
de enfriarse del todo para cuando empezamos a comérnoslo, pero creo que no
estaba muy malo, porque no quedó nada (y yo quedé la mar de contenta). El resto de la
tarde transcurrió sin incidentes, para vuestra decepción.
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