miércoles, 9 de abril de 2014

Barbacoa

El martes empezó con una buena noticia, que no era del día de los inocentes, por desgracia: alguno de mis papeles se había extraviado y faltaba de mi expediente académico en la Universidad de Heidelberg. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha pasado? ¿Dónde ha pasado? ¿Podrías mirar entre tus papeles y ver si lo tienes tú?, me dijo la chica de Relaciones Internacionales. Pues sí, se ve que lo tenía yo. Misterio. Me llegué la mañana siguiente a dárselo y, de paso, a hacer la transferencia para el studienbegleintenden Deutschkurs, que lo voy dejando, lo voy dejando…

Por supuesto, hacer la transferencia fue otra odisea, porque la hice personalmente en el banco y los papeles en alemán y yo aún no nos entendemos muy bien.

Con todo solucionado, ¡por fin!, esperé hasta mediodía, que salíamos para Ikea Mannheim a comprar un par de cosillas.

Otra cosa no sé, pero para ir a al Ikea de Mannheim hace falta tiempo, mucho tiempo. Salimos sobre las tres de la tarde y llegamos a casa a eso de las diez de la noche, y no es que nos entretuviéramos mucho dentro, sino que teníamos que coger un tren hasta Mannheim, el tranvía hasta la última parada, Sandhausen, y, allí, el autobús hasta Ikea (sin contar con los 25 minutos desde casa hasta la estación de tren). Todo para que al final no hubiera ni uno de los moldes que tenía ganas de comprar. ¿No es maravilloso? Por suerte la estupenda compañía amenizó el viaje y la tarde fue entrañable y estuvo bien aprovechada.

La mañana y parte del mediodía del jueves la malgasté sin hacer mucho de provecho, salvo estudiar a ratos. Hay que cambiar estos hábitos ya. Por la tarde, eso sí, me había decidido a ir al gimnasio a probar una actividad que parecía lo suficientemente fácil como para una torpe como yo, pero que me permitiría salir del apalancamiento deportivo al que llevaba sometida desde que llegué aquí. Además, aprovecho que aquí la mayoría de los deportes son gratuitos: vas, lo pruebas y, si te gusta vas. Y si al día siguiente quieres ir a otro diferente, pues vas también; solo hay que presentar el carné de la Universidad de Heidelberg. Me pregunto por qué no se les habrá ocurrido algo así en Málaga; no sé, algo que los estudiantes agradezcamos, así de vez en cuando.

Con las mismas me fui para el polideportivo (que tampoco está cerca precisamente, pero teniendo en cuenta que el autobús que tengo que coger para salir de mi casa y llegar a la civilización no me lo quita nadie, no está mal) y allí me metí en flexibar, algo que parece bastante arraigado en Alemania, pero de lo que yo nunca había oído hablar. Me gustó bastante, así que he pensado que seguiré yendo, ya que parece bastante bueno para la espalda ¡y gratis!

Después del deporte, y como al día siguiente mis compañeras de piso querían hacer una barbacoa en casa con unos amigos y nos habían invitado, fuimos en un salto al súper para comprar los ingredientes para el postre… ¡flan! ¿Cómo no tienen algo tan básico aquí? Se iban a enterar los alemanes estos de lo que vale un flan.

El viernes todo parecía haberse puesto de acuerdo para que yo no hiciera el dichoso flan. Desde no tener huevos (el tendero de debajo de mi residencia sí que tenía huevos… a 2,20 me quería cobrar la media docena) hasta que la leche condensada no fuera leche condensada. En este país la leche condensada no está condensada, así que no sé por qué la llaman Kondensmilch; se trata de leche azucarada y ligeramente más amarillenta que la leche normal. ¿Así quién calcula las cantidades, eh?


Por otra parte, mis compañeras habían comprado de todo: ensalada, queso feta, varios tipos de embutidos (Wurst), carne… Así que nos pusimos bien. El flan no pudo terminar de enfriarse del todo para cuando empezamos a comérnoslo, pero creo que no estaba muy malo, porque no quedó nada (y yo quedé la mar de contenta). El resto de la tarde transcurrió sin incidentes, para vuestra decepción.

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