jueves, 17 de abril de 2014

Merendola neerlandesa

El martes a mediodía empezaban, por fin, los Orientierungstage de la universidad. En otras palabras: el principio del fin. Eran los clarines y timbales previos al comienzo del semestre, el lunes de la semana siguiente. Tres días de charlas informativas sobre el uso de la biblioteca (toda una ciencia aquí), del sistema de reprografía, etc. Como el acto de apertura empezaba a las 13.00 y teníamos todavía que comprar un detalle para el anfitrión de la merendola neerlandesa de esa tarde, decidimos que la mañana la íbamos a emplear en irnos a comprar en un salto.

El acto de apertura consistió en un concierto del coro de la universidad acompañados por un piano, además de las palabras muy sentidas y para nada convencionales de las diferentes autoridades de la universidad. Cuando acabaron nos dividimos en grupos según nuestra carrera (o rama de estudios) y los de traducción teníamos uno para nosotros solos (¡y eso que faltaba gente!). Nuestra guía fue una alumna del máster de interpretación de la universidad, que, por ser el primer día, nos puso a jugar a Ich packe meinen Koffer para que nos aprendiéramos los nombres de todo el grupo. ¡Y funcionó!

Nos marchamos pronto y llegamos sobre las 16.00 a casa de Daan, donde ya había algunos esperando. Yo, que no soy amiga del alcohol, incluso probé una de las cervezas holandesas que me ofrecieron (y que me supo igual que las alemanas y las españolas… Ahora es el momento en el que los defensores de la cerveza se me pueden tirar al cuello) y que tuvo que acabarse Daan.

Cambiando de tema, la merendola no estuvo para nada mal. Fue una oportunidad para obligarme a hablar en alemán, y si uno de los temas era sobre repostería española y portuguesa, pues miel sobre hojuelas (ja, ja, ja). Toda la comida que nos sirvieron estaba muy buena y, si no me falla la memoria, fueron frikandellen, kroketten (no, no me lo estoy inventando, kroketten) y mis favoritos, por supuesto, ¡poffertjes! Os podéis imaginar cuáles eran los dulces. Mención especial a los borrelnootje (de este sí he tenido que mirar el nombre…), un aperitivo a base de frutos secos con una cubierta crujiente de diferentes sabores.

Con el estómago lleno y los platos limpios, algunos se fueron a la Marstallmensa a ver el partido de fútbol y otros nos marchamos a casa.

El miércoles, por supuesto, no teníamos intención de ir a los Orientierungstage, al menos al principio, porque un alumno del máster de interpretación organizaba tres veces en esa semana un taller de toma de notas para los alumnos hispanoparlantes que quisieran asistir. Ignasi y yo conocimos a los que acabarían siendo nuestros compañeros en la clase de interpretación y el taller fue extremadamente útil. Para alguien como yo, que nunca había tomado notas, aprender todos esos símbolos y abreviaturas (y poder aplicarlos después) fue todo un reto, pero interesantísimo.

Después del taller seguíamos sin tener intención de ir a ver a nuestro grupo, pero quiso la suerte que nos topáramos con ellos en nuestra huida de la facultad, así que volvimos hasta cerca de las cuatro con ellos. Después de salir de la reunión y de tomarnos un helado, me fui derecha para el gimnasio a hacer flexibar (donde me arrepentí de haberme comido aquel helado. ¿A quién se le ocurre?).

La «mala noticia» del día me llegó por WhatsApp: la felicitación de cumpleaños ya había llegado a Málaga. ¡Un día antes de su cumpleaños! ¡En dos días! ¿Por qué Correos es eficiente cuando no tiene que serlo?
El jueves era el último día de orientación, pero ese día teníamos mejores planes: Cecilia, Ignasi, Daan, Tomás y yo nos íbamos a Worms, y que le dieran a las Veranstaltungen. Worms, al igual que Speyer, es una antigua ciudad fundada por los romanos, muy cerca de Heidelberg (unos 50 minutos en tren, inclusive transbordo), llena de catedrales, iglesias, sinagogas y con calles, un puente y un museo dedicados ¡a los nibelungos!

Quedamos a las 9.00 en Hauptbanhof y lo primero que hicimos al llegar fue ir a visitar el cementerio judío (¡el más antiguo de Europa!). Seguimos con la catedral de St. Peter, el ayuntamiento y el Lutherdenkmal y una sinagoga a la que no pudimos entrar; después de comer quisimos ir a ver el puente de los nibelungos (Nibelungenbrücke) y el Hagendenkmal (en recuerdo del hundimiento de su tesoro).

 No tengo ninguna de la gata negra que guardaba el cementerio...

 En serio. Una gata negra. Más cariñosa...






 ¡Tulipanes negros! ¿Alguien ha jugado al Animal Crossing?


 Lutherdenkmal

 Poco a poco nos íbamos acercando a nuestro destino...

 ... ¡la Nibelungenturm! Sí, estábamos al margen de la carretera. Ni siquiera una valla que impedía el paso pudo impedirnos hacer las fotos

Esta última foto es un regalito, cuyos destinatarios saben perfectamente quiénes son

Poco más nos dio tiempo a ver, puesto que el museo (de los nibelungos también) cerraba a las seis y ya eran pasadas las cinco, así que pasamos por una tienda de helados que habíamos visto en la plaza principal y nos pusimos en camino hacia la estación para volver.

Sin embargo, una sorpresa más nos esperaba entre las calles de Worms, aparte del helado italiano buenísimo y baratísimo: ¡chinos! Es decir, ¡bazares chinos! Los primeros que veía en toda Alemania. Por fin una tienda donde poder comprar de todo y a un precio algo más decente (siguen sin igualar los precios de España). Lo curioso fue que precisamente esta tienda no estaba dirigida por chinos… sino por una señora alemana. En fin, era barata.

El viaje de vuelta lo pasé medio dormida en el tren y con ganas de seguir durmiendo en casa, al contrario que la mayoría de mis compañeros, que decidieron irse más tarde a tomar algo por ahí.

¡Hasta la próxima!

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