El viernes parece ser que seguía habiendo alguna charla o
algo por el estilo, pero nunca llegué a enterarme de si era verdad o no, porque
teníamos por la mañana la última de las clases del taller de toma de notas (y
no me lo iba a perder por nada del mundo). Fue más interesante que la anterior
si cabe y espero poder poner en práctica pronto todo lo que aprendimos.
Por la tarde quedamos Ignasi, Daan y yo para subir
rápidamente hasta el Philosophenweg.
No pudimos subir hasta arriba del todo porque se necesitan unas tres horas como
mínimo, pero el paseo hasta el camino en sí es bastante corto, aunque es todo
escaleras. El Philosophenweg (camino
de los filósofos, literalmente) es un camino que asciende durante unos dos
kilómetros desde Neuenheim hasta la cima de una de las montañas que rodean
Heidelberg, Heiligenberg. Mientras se
asciende puede verse la ciudad entera y no quiero imaginarme cómo debe ser
verla desde la cima. ¡Estoy deseando volver!
¡Se veía hasta el Heidelberger Schloss!
No. Schlierbach tampoco sale ahí, no busquéis
¡Marstallmensa!
A la vuelta nos encontramos con un par de amigos en la Haupstraße y uno de ellos se vino con
nosotros a dar una vuelta. Aunque vuelta, vuelta no dimos mucha, más bien me
los llevé a mirar Antiquariats
buscando un diccionario alemán-español de bolsillo (que no encontré). Tut mir leid.
El sábado se celebraba el anhelado Tour du Chocolat, en el que participaban seis de las chocolaterías
más famosas de la ciudad (todas en la Haupstraße,
como era de esperar), e Ignasi y yo nos fuimos a ver de qué iba la cosa. El
tour consistía en recoger un folleto en alguno de los seis locales y visitar
los demás, donde te ponían el sello distintivo (¡y te daban a probar alguna
cosilla!); al llegar a la última podías rellenarlo con tus datos y echarlo en
una urna para participar en el sorteo de un premio de 300 €. Yo probé, total…
Mirad qué de especialidades de Pascua tenían en Cafe Schafheutle...
Incluso habían decidido hacer una demostración de cómo se bañan las trufas en el escaparate
Mirad qué jasco...
Ese día tenía excusa para sacar fotos a la tienda indiscriminadamente sin que me mirasen tan mal...
Schöne Ostern!
Al terminar el tour nos fuimos a comer y, después de tomar
el sol (aquí también se toma el sol, y mucho), nos fuimos cada uno para nuestra
casa.
El domingo, como la mayoría de los domingos, no hice casi
nada. Ese día sí que aproveché para preparar las clases de interpretación como
buenamente pude, en vista de lo que pasaría en los siguientes días, y es que…
… al día siguiente empezaba la tan temida universidad. Se
acababan los casi dos meses de asueto que había tenido desde que terminara el
último examen en Málaga y comenzaban, por fin, unas clases que prometían.
Atrás quedarían los días tranquilos y sin apenas estrés que
daban paso al trasiego —casi perpetuo en esta ciudad— de estudiantes, las idas
y venidas de la universidad a la mensa
o a la biblioteca, los ríos de bicicletas inundando la ciudad… De nuevo textos
para traducir, textos para entregar, para revisar y con los que disfrutar de
nuevo de la magia de las lenguas. Con la vista puesta siempre en el próximo
examen o en la siguiente fecha límite y ulteriormente en el fin del semestre. ¡En
el fondo lo había echado tanto de menos…!
Lo que no me imaginaba era que el semestre iba a comenzar
con tantas sorpresas.
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