El sábado hizo un día de
perros. Frío, nubes, lluvia… ¡Una gloria! Un día perfecto para los
quehaceres domésticos, para una comida tranquila y para seguir dejando huella
en la silla del escritorio. Nada más y nada menos.
Pero el domingo ya no aguantaba más con el culo pegado a la
silla, así que, con un nivel de humedad que hacía que Schlierbach pareciera más
Silent Hill que otra cosa, me colgué la mochila a la espalda y me puse en
marcha hacia Ziegelhausen, otro distrito de Heidelberg (aunque más parece una
pedanía) que está justo frente a Schlierbach y al que se puede llegar a pie en
menos de veinte minutos.
Willkommen in Ziegelhausen!
Al llegar a la calle principal, pude ver cómo se
estaban empezando a montar algunos puestos en la calle con vasos, bebidas
isotónicas y trozos de plátano. Entonces caí en la cuenta: el domingo tenía
lugar la famosa media maratón de Heidelberg. Veintiún kilómetros que parten desde
Altstadt, van por Neuenheimer Feld, Ziegelhausen, Schlierbach y vuelven a
Altstadt y que tiene fama de ser una de las más duras de por aquí.
Vi que todo el mundo se juntaba a lo largo y ancho del
puente que une Schlierbach con Ziegelhausen, por donde pasaba la maratón, así
que me puse yo también a esperar a que pasaran los primeros corredores. ¡Hasta
una banda tenían animando!
Quiero llamar la atención sobre el cartel del señor de la bici. Se trata de die erste Frau. Se ve que había pocas féminas...
La banda en cuestión, al final del puente
No me quedé hasta el final, pero, por el número de los
dorsales, ¡había más de cinco mil participantes! Eso, en una ciudad de 150 000
personas, quieras o no es bastante.
Después de ver la maratón —y todavía con la música de fondo—
me encaminé calle arriba para ver un poco la zona. No es muy grande y casi me
dio tiempo a verlo todo. Casi, porque después de mirar a ambos lados del
camino, echar un vistazo al camino que creía que era el que me había llevado
hasta allí y ver que no lo era y de
seguir hacia delante y ver que aquello tampoco
me sonaba, decidí marcharme de allí lo antes posible, si encontraba el dichoso
camino. Por suerte la banda seguía tocando y podía ver el río desde casi
cualquier parte, así que solo se trataba de ir hacia abajo… en teoría.
Bienvenidos al hotel... ¡Adler! Hay cosas Adler por todas partes. Entre esto y Frau Reichenbach...
No están mal los jardines que tienen por aquí estas gentes...
Querría haber tirado por este camino, pero un perro al otro lado de la valla no estaba de acuerdo y...
Cuando llegué a Kleingemünderstraße no podía estar
más contenta. Huí despavorida y volví a casa sobre la hora de comer a ponerme a
salvo.
Por la tarde todavía me quedaban ganas de salir y, tras una merecida
ducha, me enfundé una ropa más decente y me marché a la Altstadt. El plan en
principio era tomarme un café con un trozo de tarta en una cafetería, pero
acabé cambiando de opinión y comprando un helado en una tienda de la Hauptstraße… ¡qué helados tienen!
Helado de chocolate-expreso y mazapán con semillas de amapola... Para compensar una cosa con la otra
Mientras me lo terminaba apareció Daan, nos dimos un paseo por la ciudad y,
pasadas las ocho, recordamos que ponían Tatort
en la Marstallmensa, así que nos
fuimos para allá.
Sí, cada
domingo se puede ver en directo —y gratis— el nuevo capítulo de Tatort en la mensa que hay en Marstallstraße
en un pantallón que despliegan,
mientras te tomas un café, un refresco o cualquier otra cosa. Casi al final del
capítulo se cortó la señal, lo que provocó una ola de neeeeeeines y de risas que imagino que pasarían a la versión
alemana de nuestro me cago en todo,
hasta que sintonizaron de nuevo los más de trescientos canales del dispositivo
y pudieron volver a poner el capítulo, justo a tiempo para poder ver el
desenlace. Por supuesto, mi acompañante se enteró de todo (Ich hasse dich, Daan!) y yo prácticamente de
nada, pero tiempo al tiempo, ¡tiempo!
Llegué a casa a
tiempo gracias a su inestimable ayuda y rapidez mirando los horarios de autobús
en el móvil y a que me acompañó hasta mi parada, porque si llego a ir sola lo
mismo sigo dando vueltas por allí.
El lunes por la
mañana lo eché en comprar comida y una tarjeta de cumpleaños para mi señora
madre, que en unos días cumplía años ¡y qué menos que enviar una tarjeta
(aunque esté en alemán)!, en rellenarla y dejarla preparada para mandarla esa
tarde. La misma tarde en la que habíamos quedado Daan, Ignasi (recién llegado
de España) y yo para tomar algo por la ciudad, cosa que hicimos después de ir
al Deutsche Post a mandar mi carta.
Con el estómago
repleto de Apfelkuchen, Apfelstrudel
y Käsekuchen y después de darnos un
buen paseo por las calles de Heidelberg, nos marchamos, esta vez sí algo más
pronto, a casa. El martes ya teníamos plan: merendola neerlandesa en casa de
Daan, ¡pero eso ya es tema para la siguiente entrada!
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