Me vais a perdonar que tenga esto demasiado abandonado
últimamente, pero os aseguro que nada me gustaría más que poder sacar tiempo
para poder seguir escribiendo al ritmo de siempre.
Como medida excepcional, me voy a saltar a la torera varias cosas y contaré solo
lo general.
El lunes, como ya comenté, organizamos de nuevo en casa de
Daan una estupendástica cenilla
internacional. Cenilla a la que llegamos con bastante retraso por culpa de una
servidora, que en un momento de iluminación hizo subir a sus acompañantes al
tranvía que no era.
La comida no faltó, desde luego. Cecilia nos preparó auténtica pasta carbonara italiana (¡por
fin carbonara sin la dichosa nata!), Thaís y Natasha unos brigadeiros riquísimos de postre y los españoles, como no podía ser
de otra manera, preparamos dos señoras tortillas españolas y un flan de huevo.
El momento cumbre de la noche fue cuando nos preguntaron que cómo se hacía la
tortilla y que qué llevaba el flan. Horror. ¿Qué come esta gente? ¿Habrán
supuesto para ellos un hallazgo culinario comparable al que tuve yo con el Apfelmus? Más allá de la comida, pasamos
un rato muy bueno todos juntos. Da gusto ver cómo los compañeros del curso de
alemán no nos hemos separado (mucho, al menos) tras empezar las clases en la
universidad.
Lo más destacable del martes fue que volvieron los problemas
con el acuerdo académico.
Mi primer intento por solucionarlo fue ir el miércoles a una
clase de traducción jurídica alemán-inglés, de la que tuve que salir porque
aquello no era para mí. No domino ninguna de las dos lenguas y, aunque me
puedan tachar de cobarde, sé dónde están mis límites. En resumidas cuentas, os
diré que los viernes he acabado a una Vorlesung
de Derecho sobre el sistema legal de los Estados Unidos. Pese a lo aburrida que
pudiera parecer, resulta enormemente interesante y espero poder aprender
muchísimo.
El mismo miércoles, por la tarde, empezábamos el studienbegleitender Deutschkurs. La
profesora de ese día (porque tenemos una diferente los lunes), a primera vista,
parecía estar como un auténtico cencerro, pero resultó ser muy buena profesora
e hizo la clase muy amena. En el curso volvemos a coincidir viejos conocidos
del curso intensivo, y hay otros nuevos que tienen también un nivel altísimo
con el que no puedo competir. Al fin y al cabo, el C1 no lo he cursado ni en
inglés, con el que llevo más de media vida, y aquí me estoy enfrentando con el
de alemán, al que conozco desde algo más de dos años. Vivan las temeridades.
Como he adelantado ya, el viernes fui a mi primera (y única)
Vorlesung. Lamentablemente no puedo
explicar todos los tipos de clases que hay aquí, porque hay decenas: Seminar, Proseminar, Hauptseminar,
Colloquium, Fallseminar, Block-Seminar, Vorlesung, Übung…, pero sí puedo
hablar de los dos tipos que yo tengo. Los Übung
son clases prácticas con un número muy reducido de personas —unas veintinco como máximo—, donde
no se da teoría (o se da muy poca); en nuestro caso tenemos traducciones
semanales que preparar en casa y que se comentan y corrigen en clase. Los Vorlesung son clases multitudinarias
donde el profesor explica teoría y los alumnos deben tomar notas para preparar
el examen final.
Por la tarde, con toda la buena voluntad del mundo, quise
irme a pasear. Quise ir desde donde vivo, Schlierbach, hasta la Altstadt, pero
el clima no quiso poner de su parte. Es cierto que al salir de casa había
nubes, pero bastantes más claros que nubes. En menos de veinte minutos se
cubrió y empezó a chispear. Cuando
llevaba menos de dos kilómetros recorridos, se desató una tormenta de las de
verdad, como las de Málaga, con goterones como castañas, truenos y riachuelo
sobre la calzada. Si a la pareja que también se refugió conmigo bajo el techo
más cercano —que resultó ser una marquesina— les pilló igualmente por sorpresa,
no quiero ni imaginarme a todos los que estaban en la Neckarwiese, que no eran pocos. Sobra decir que mandé el paseo al
cuerno y volví a casa en cuanto pude
salir de la marquesina sin que cayeran chuzos de punta.
Para mi fortuna, el sábado hizo mejor día. Como algunos de
mis compañeros se marcharon de viaje a Tubingen
tenía pocos planes, pero uno de ellos sí que lo llevé a cabo, que fue ir a oler qué se cocía en el Flohmarkt que se hacía en Marstallhof. A
principios de cada semestre se organiza un mercadillo estudiantil donde se
puede encontrar prácticamente de todo. Yo no hallé nada interesante, salvo un libro
que no pude evitar comprar.
¿No es divino? Literalmente, El dativo es la muerte del genitivo, este maravilloso ejemplar explica en clave de humor qué errores suelen cometer los nativos e incluye listas de conjunciones y su caso, reglas sobre cuándo usar der, die o das... ¡El paraíso!
El domingo, de nuevo, como todos los domingos… ¡Tatort! Sin
embargo, este domingo tenía una novedad: no íbamos a verlo a la mensa, sino que los tres españolitos nos
acoplamos en casa del neerlandés (¡previa invitación, que conste!), con el que
preparamos unos riquísimos —y dulcísimos para algunos— pannenkoeken (previa invitación también). Entre pitos y flautas no
vimos mucho Tatort, pero ¿y lo bien que comimos?
Desde aquí quiero aclarar que, aunque pueda parecer lo
contrario, no siempre estoy de bureo.
Mis horas semanales las echo entre las traducciones, documentación sobre tal o
cual autor, búsqueda de vocabulario para las siguientes clases, deberes de
gramática y preparación de discursos, ¡eh!
Con esto he adelantado una semana, ni más ni menos. ¡Ya solo
tengo algo más de media de retraso!
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