viernes, 28 de febrero de 2014

Arroz para sushi, algas nori y pasta de wasabi

Del día del miércoles no hay mucho que contar. Por la mañana Anni y su compañera se fueron a Ikea y después a nadar, y la otra compañera de piso está atareadísima en la universidad, así que se marcha por la mañana temprano y vuelve bien entrada la noche de la biblioteca.

A mí me apetecía salir a comprar al supermercado (y ver si era capaz de encontrarlo yo otra vez estando sola), pero, sin nadie en casa no podía entrar otra vez, así que me dediqué de nuevo a mirar asignaturas, adelantar algo de los ejercicios del curso de interpretación y a no hacer nada, en general.

Tuve la oportunidad de salir, por fin, sobre las dos de la tarde del día que más ha llovido desde que puse un pie en esta tierra. Afortunadamente, la lluvia aquí es una lluvia fina, y se podía caminar con un abrigo impermeable y la capucha puesta. La aventura de encontrar el supermercado terminó pronto: no lo encontré. Al menos no al que yo quería ir, porque sí encontré el Aldi, al que entré a golisquear y ver bien todo lo que no pude ver el otro día. 

Esta vez observé un buen rato uno de los inventos más raros que he visto desde que he llegado: las máquinas expendedoras de pan. Están puestas a la entrada del supermercado, junto a las estanterías donde está colocado el pan envasado o que viene en bolsas de varias unidades, y consta de varios botones bajo la fotografía, el precio y la descripción de cada tipo de bollo; entras, coges tu bolsa de papel del dispensador, pulsas el botón del que quieras y cae un pan calentito. Para pagar no sé cómo se hará, la verdad.

Tras comprar un par de paquetes de leche —por no salir con las manos vacías— y de que el chico de la caja casi me tirase el cambio para que lo cazase al vuelo, me volví a casa, empapada y medio desorientada. Por la tarde llegó una amiga de las chicas y se fueron a tomar algo, así que me acosté pronto.

La mañana del jueves fue algo mejor. Las chicas tenían que ir a comprar un regalo a la Hauptstraße, así que me fui con ellas, aunque no entendiera la mitad de lo que hablaban, al menos me paseaba y se me hacía el oído. Compramos el regalo, fuimos a Aldi y a Bauhaus y pasamos por una tienda de comida asiática que había visto de refilón anteriormente, pero en la que no había entrado hasta el momento. ¡Había de todo! Las chicas compraron arroz para sushi, algas nori y pasta de wasabi, porque por la tarde iba a venir una antigua amiga, con la que prepararíamos sushi (¡y nos lo comeríamos después!).

Efectivamente, a las siete como un clavo estaba Jackie en la puerta con su hervidor de arroz a cuestas. ¡Por fin entendería las conversaciones! Jackie es canadiense, así que la tarde la pasamos en inglés. Como tenemos una vegetariana en casa, a Jackie le gusta experimentar y teníamos un kilo de arroz y mucha hambre, acabamos comiendo arroz con champiñones, queso de untar, pepino, tomate, aguacate y, de vez en cuando, algo de atún, todo ello al ritmo de la radio, que hoy tenía canciones más raras de lo habitual, según las chicas (y así me enteré de que no les gusta Modern Talking… ¡porque me están acogiendo, que si no…!); sonó Ghostbusters, algo de Dire Straits y hasta Ilarie de Xuxa, con eso lo digo todo.

Una de las primeras tandas de sushi

Nos hincamos el kilo de arroz entre las cinco y pasamos una tarde, para mi gusto, muy agradable, aunque yo no hablara mucho (para variar). Como reflexión quiero añadir algo: nunca jamás volveré a comer wasabi. Nunca.

Ahora mismo están todas acostadas y fuera está diluviando, así que lo dejaré aquí por el momento.


¡Ho!

miércoles, 26 de febrero de 2014

Herr und Frau Hardt

La mañana del lunes amaneció con un cielo despejado más propio de Málaga en primavera que de Heidelberg en pleno invierno. Con las pilas cargadas tras una noche de sueño menos fría que las anteriores, encaré la semana con una muy buena noticia: la profesora de interpretación —que no suele admitir a alumnos nuevos en el segundo semestre— me decía en su correo electrónico que, como parecía tan interesada, me probaría la primera semana de clase. ¡Era bastante más que el no del principio! 

Más contenta que unas castañuelas, me fui con Anni camino de Relaciones Internacionales (aquí el Akademischesauslandsamt) a que me firmaran el certificado de llegada; allí, una señorita muy amable y de la que solo entendí «no», «no ha empezado el semestre» y «el jueves de la semana que viene», me indicó que todavía no me lo podían firmar, y que esperase hasta entonces.

Con un palmo en las narices, me dirigí a una oficina de seguros médicos que hay cerca del Institut für Übersetzen und Dolmetschen, donde en menos de cinco minutos conseguí mi Befreiung von der Krankenversicherungspflicht, que es el documento que acredita que estoy exenta de contratar un seguro médico mientras esté aquí.

Camino de vuelta a casa vi, por fin, en un callejón apartado de la vista de todos, lo que no esperaba encontrar en ninguna parte: ¡carritos de la compra! Y a un precio más que asequible: 14,99 €. El único problema es que aquí nadie los usa. Y cuando digo nadie es nadie. He visto a señoras más viejas que un nudo y de escasos cincuenta kilos montadas en bici con sus bolsas de la compra, pero nadie lleva un triste carro. Yo, que iba tan decidida, creo que no seré quién rompa la tradición.

Tras una parada en DM, llegamos de nuevo a una de las tiendas que pienso visitar bastante a menudo: Kaufland; esta vez para comprar manzanas, leche en abundancia y preparado para hacer pudding (o lo que es lo mismo: almidón de maíz y aditivos). De nuevo, Kaufland me dejó con la boca abierta, ya que tenían un pasillo entero para productos de repostería —zum Backen, que dirían aquí, a falta de un solo verbo en castellano—; preparado con sabor a vainilla, chocolate, almendras, caramelo, fresa… ¡hasta azúcar especial para mermelada! Cualquiera que pasara por al lado pensaría que estaba como una cabra (y tendría razón), pero es que a mí estas cosas me pueden.

El resto de la tarde transcurrió tranquilamente, con un sol espectacular, y me dediqué a escribir a profesores preguntando por sus asignaturas y a… ¡hacer la lista de la compra para IKEA! Efectivamente, al día siguiente íbamos a ir a la reina de las tiendas suecas, y había que pensar en todo lo que necesitaría: edredones nórdicos, funda nórdica, almohada, sartenes, ollas, vasos, platos… 

El día terminó con una buena ducha y unas natillas de chocolate amargo.

El día del martes pintaba tranquilo, pero nada más lejos. Por la mañana lo único que hicimos fue ir al ayuntamiento (Rathaus) a que Anni arreglara unos papeles. Por la tarde, a eso de las 16.30, enfilamos el camino hacia la estación principal de Heidelberg (Hauptbahnhof) para coger el tren que nos dejaría algo más cerca de IKEA. Hasta la tienda fuimos en el coche familiar de ella, junto con su madre; allí compré casi todo lo que tenía apuntado en mi lista, salvo algunas ollas, cubiertos (porque no he encontrado más que cuberterías completas), una almohada, un tendedero y una funda para el colchón —yo soy muy cuadriculada y tengo la capacidad de improvisación de un botijo, y como no haya lo que yo busco pierdo totalmente el norte, así que prefiero dejarlo sin comprar—, que aviaré en algún sitio por aquí cerca. El edredón lo he comprado de nivel térmico 3, el Mysa Stra, junto con otro sencillo de nivel térmico 1, y ya os contaré si sobrevivo a las frías noches o no. Resultado: tengo casi todo por unos 40 €. ¡Nada mal!

No obstante, aquí empieza la verdadera aventura del día. La vuelta fue más complicada, porque el coche estaba cargadísimo con los muebles que había comprado mi anfitriona, y tuvimos que ir a recoger a su padre a su lugar de trabajo. La pregunta era: ¿dónde se sienta? El maletero del coche y el propio coche eran largos, pero los muebles de Anni lo eran más aún y yo iba sentada en el único asiento que había libre detrás. No pude evitar pensar durante todo el viaje que, si no hubiera estado yo allí, podrían haberse sentado como Dios manda. Tras algunos de los minutos más angustiosos de mi vida, paramos en un lugar en medio de ninguna parte, y me dijeron que parábamos a cenar algo porque era muy tarde (si supieran que a las 19.30 yo estoy pensando en qué voy a merendar, ¿qué pensarían?).

Creo que pocas veces he pasado más vergüenza en mi vida. Imaginaos a uno de los seres más apocados del mundo sentado a la mesa con una familia tres germanoparlantes, dos de los cuales hablan en un dialecto del sur que a veces ni los del norte entienden, que os han invitado a cenar, que os han llevado y traído a IKEA (que está en el culo de aquella parte del mundo) y que son las personas más amables y simpáticas con las que os habéis topado desde que llegasteis. Pues ahí estaba yo. Más roja que un tomate y con una pizza de proporciones dantescas para comérsela a las siete de la tarde en un plato.

En este momento me gustaría destacar que yo intento seguir la regla de donde fueres, haz lo que vieres, pero hay cosas que me resultan imposibles, como la velocidad de engulle de los alemanes. Y es que esta gente cuando come, come, y cuando habla, habla, pero no mezcla ambas cosas. Cuando les dije que no podía seguir su ritmo, el padre de Anni me contestó, entre risas y de broma, que es porque no tienen tiempo de nada.

Pese a la aterradora situación que os he pintado antes, la velada transcurrió de manera más que aceptable. No sé si es que se me va haciendo el oído o qué, pero los voy entendiendo mejor y puedo ir respondiendo a sus preguntas, con más o menos titubeos.

Me voy a saltar la parte en la que, tras el amaretto que nos sirvieron después de la cena y más roja inclusive que antes, intenté por todos los medios y con mi pobre alemán agradecerles a Herr und Frau Hardt todo lo que ese día habían hecho por mí (y que agradezco todo lo profundamente que se pueda agradecer algo) y voy directamente a uno de los mejores momentos de la noche: subir a pulso los muebles hasta un cuarto piso después de habernos metido entre pecho y espalda una pizza cada uno. El mejor momento, sin duda, es en el que, cargando con un armario por las escaleras, llamé al padre de Anni señorA Hardt. Él no entendía nada (bueno, claro que lo entendió), yo solo quería que me tragara la tierra y Anni no paraba de reírse (Entschuldigung, Herr Hardt!). Hoy estaba lo que se dice sembrada.

¡Suficientes cosas para dos días! Dentro de poco volveré a la carga, pero mis riñones necesitan descansar por hoy.

¡Ho!



domingo, 23 de febrero de 2014

Frau Reichenbach

La noche de anteayer fue fría. Muy fría. Para mí al menos. Aun así, dormí a toda la pierna suelta de la que fui capaz, aunque a las 9 de la mañana ya estaba en pie. Parece que yo era la única, así que me dediqué a desmontar la cama y a poner un poco en orden mis apretujadas cosas.

Tras un desayuno a base de cereales con leche que me supieron a gloria y de ver cómo Anni se los comía con la leche fría acompañados de un té de olor mentolado, mi anfitriona me hizo saber el plan para la mañana del sábado: ir de compras a DM y a Aldi. ¡Guay! Nunca había oído hablar hasta esa misma mañana de DM, pero ella y sus compañeras hablaban maravillas de ella. Efectivamente, DM es una cadena de droguerías (superdroguerías) bastante conocida aquí, y que tiene de todo lo que puedas buscar en cuestión de champús, acondicionadores, pasta de dientes, perfumes, etc., y a unos precios muy muy buenos (algunas cosas las vi a la mitad de precio que en un supermercado normal en España; ya saben a dónde acudir los que usen Fructis). Allí me hice con un champú fantástico por un precio aún más fantástico y con algunas cosas más, y me encontré con la primera coincidencia del semestre: la cajera que me atendió era Frau Reichenbach. Prometo que colgaré el calendario de Sherlock en cuanto ponga un pie en la residencia, ¡esto no se aguanta!

Siguiente paso: Aldi Süd. En España tenemos Aldi Nord y, como no he ido nunca, no sé en qué se diferencia de este, pero es muy parecido a un Lidl. La sección del pan era más pequeña de lo que esperaba, pero con mucha variedad, aunque la palma se la lleva la sección de bebidas: agua con gas, agua sin gas, agua carbonatada de mil sabores… Normal que estén todo el día bebiendo, ¡así yo también!

Por la tarde Anni me llevó también a Kaufland, otro de las grandes cadenas de supermercados de aquí; este al que fuimos nosotros es uno pequeño, donde solo venden comida, pero ¡era enorme! No exagero si digo que al menos había unos 20 metros de estantería con comida para animales, y 10 eran de comida para gatos. También cabe destacar lo amplio del surtido de sopas de sobre, de pasta y de pan, con otros tantos metros. Ahí compramos los ingredientes para la pizza que «cenaríamos» ese día: pizza de maíz, champiñones, calabacín, pimiento amarillo y queso. Repetí.

Durante la cena, Anni descubrió por qué a los Franciscos aquí se los llama Paco, y a los Josés Pepe, o que yo tengo nombre de columna en español; se enteró también de que la empresa alemana Pedos, que vi el día anterior de camino a su casa, no tendría mucho éxito en España; que las películas Shreck y Spiderman se llaman de forma bastante diferente de donde yo vengo, y que si te pegas una pechá de comer pa’ reventá ná má es que has comido demasiado. Yo descubrí, tras veintiún años pensando lo contrario, que no soy rubia —al menos, aquí no, sino que tengo el color de pelo del 80 % de la población, y para ser rubio necesitas tener el pelo color «Tíiiiio, ¡mira el guiri ese que tiene el pelo casi blanco!»— y que parece ser que ellas creen algo poco delicado el que se vea la lengua entre los dientes al pronunciar la z o la c y que por eso sesean muchas veces.

Tras cenar, Anni se marchó con su compañera a tomar algo, pero yo decidí quedarme en casa, hablar un rato con la familia y acostarme pronto.

Esta mañana, después de ingerir alimento por última vez ayer a las seis de la tarde, decidí que no podía esperar a que se levantase mi anfitriona y, con toda la fatiga que cabe en un cuerpecillo como el mío, desayuné con tanto ímpetu que me achicharré la lengua con la leche. Decidido: no puedo seguir su ritmo de comidas. Las chicas alemanas han desarrollado un rumen subgástrico que les permite digerir y aprovechar la diminuta cantidad de verdura y de fruta que ingieren al día y con la que subsisten, si no, no me explico cómo puede esta mujer comer tan poco y estar tan divina, como todas las que veo.

La mañana ha transcurrido tranquila: hasta bien entrado el mediodía he estado mirando y remirando asignaturas de la universidad, pensando en cómo apuntarme, dónde y cuándo; todo esto acompañada únicamente del sonido esporádico del tranvía al pasar, del graznido fortuito de algún cuervo y del redoble insaciable de las campanas, que será porque es domingo, pero estuvieron repicando más de veinte minutos. Fuera de eso, este sitio es muy tranquilo; es casi demasiado tranquilo. Yo vivo al lado de una autovía en Málaga, así que estoy acostumbrada a oír ruido todo el día; aquí puedo estar horas oyendo únicamente el más absoluto de los silencios y el fluir de mi propia sangre en los oídos.

Sobre las 14.15, Anni me propuso irnos a dar un paseo por la ciudad. ¿Cómo le iba a decir que no? Hemos pasado rápidamente por el lugar donde trabaja su compañera de piso y nos hemos dirigido, por fin, a la Hauptstraße. La calle principal de Heidelberg, la Hauptstraße, es la calle peatonal más larga de la ciudad, y está repleta de arriba abajo con tiendas, cafeterías, chocolaterías, panaderías… Y no solo es la calle más larga de Heidelberg, sino que es la calle peatonal más larga ¡de Europa! Más de un kilómetro y medio atestado de comida tiendas. Mis ojos se iban quedando pegados a los escaparates con dulces, café y Schneeballen. Tendría que dejar de comer el resto de cosas para poder probarlo todo (cosa que estaría más que dispuesta a hacer). Hoy no he podido comprar ninguna Schneeball, pero  pronto caerá alguna —o más de una, porque la calle está a las espaldas del Institut für Übersetzen und Dolmetschen, es decir, del edificio donde daré la mayoría de mis clases—. Esto que suena tan raro es, literalmente, una bola de nieve y es un dulce típico de esta parte de Alemania, que consiste, de forma básica, en una bola ligera hecha con trozos de masa, que luego se fríe y se recubre con azúcar glasé. Esa es la más tradicional, pero hay muchas más variantes, como la de canela, rellena de chocolate, de mazapán, con pistachos, con cointreau… Todo muy ligero.

Cuando pensaba que habríamos terminado, Anni me propuso que subiéramos al castillo de Heidelberg, el Heidelberger Schloss. Un buen paseo y 300 escalones más arriba —¿quién quiere coger un tren cuando en nada y menos estás arriba y puedes disfrutar del paisaje durante toda la subida?—, llegamos al castillo propiamente dicho, desde donde puede verse todo Heidelberg y parte de la ciudad vecina, Mannheim. ¡Era preciosa! En aquel momento el día estaba un poco nublado, pero después se despejó y el paisaje era espléndido.

Vista desde el castillo de Heidelberg

Al bajar, hicimos una parada en una pequeña panadería, donde compramos unos Bretzeln salados, un par por 1,40 € que nos comimos de camino a casa. 

Bretzel a medio comer. Le falta un cuerno...

A las 8, vino Anni al cuarto donde estoy yo, que es donde está la tele, y, por primera vez, he visto Tatort, serie alemana por excelencia. No he entendido mucho, pero, según ella, había cosas que tampoco entendía y ha sido, en general, bastante difícil, así que me doy por satisfecha.

Es ya bastante tarde, así que lo dejaré aquí hasta la próxima entrada.


¡Un saludo!

viernes, 21 de febrero de 2014

Willkommen in Deutschland

Hoy empieza realmente mi blog. Hoy he llegado a Alemania. A partir de hoy intentaré narrar lo mejor posible lo que va sucediendo en este pequeño rincón del mundo llamado Heidelberg y cómo se ve desde los ojos de una persona para la que cada nuevo vistazo, sonido o paso en esta ciudad es un universo entero de cosas nuevas.

La mañana no empezó como otra mañana cualquiera. Era una mañana de prisas, de trasiego continuo y de lloros furtivos. Llegué al aeropuerto de Málaga las ocho de la mañana sin saber a qué terminal tenía que ir ni cómo iba a localizar a la chica que me acompañaría en el viaje, porque los móviles a veces no sirven ni siquiera para lo que fueron inventados. En menos de cuarenta y cinco minutos habíamos encontrado el mostrador 222 y habíamos facturado las maletas. Lo único que quedaba por hacer era armarse de valor y pasar el control de seguridad, y todo lo que dejes atrás no volverás a verlo hasta que pises de nuevo tu tierra. Lloré y me soné hasta que me dio vergüenza. Desde ese instante hasta ahora mismo he estado viviendo en algún tipo de ensoñación, porque, mire a donde mire, no consigo comprender ni aceptar qué está pasando a mi alrededor.

El vuelo transcurrió todo lo normalmente que puede transcurrir un vuelo de bajo coste. Lo único que puedo destacar es que me mareé y me adormilé pese a haberme tomado dos comprimidos para el mareo con cafeína y que es difícil contar una Black Story cuando ninguno de los dos domina el idioma del otro.

Lo primero que sentí al pisar tierras alemanas fue la bofetada del frío —no tan frío como esperaba— y la luz de un sol radiante. Tras recoger las maletas y dirigirnos a los baños, pude ver por una puerta de cristal cómo caía lo que podría ser el segundo diluvio universal; al salir a la calle nos recibió un cielo con nubes sueltas y que apenas dejaba caer unas finas gotas de lluvia, y durante el trayecto desde Frankfurt Hahn hasta Heidelberg me faltó únicamente un huracán para haber visto todo el abanico meteorológico en mi primera hora de Erasmus. Tiempo de abril, lo llamaban.

En el coche no sabía si lo que más me apetecía era completar la cabezada que había dado en el avión o sacar fotos al campo alemán, pero la presencia de un conductor al que no le entendía ni una palabra y de su hija su lado supieron retener todos mis impulsos —aunque creo que di un par de cabezadas, a pesar de todo—.

Cielo azul y unos 12 grados de nada, ¿qué más podría pedir en mi primer día? No tener que subir cuatro pisos una maleta de 19,5 kg a pulso. ¿Por qué no facturaste una maleta de 15 kg?, me preguntaban mis bracitos y mis lumbares cada vez que subía un peldaño (Danke nochmal, Anni, ohne dich hätte ich es nicht erreicht!). En el único piso de la cuarta planta nos esperaba Sarah, una de las compañeras de piso de Anni, ¡que nos estaba preparando la cena (a las 5 de la tarde)! 

Tras ayudar como pude a Anni a subir todas sus cosas, de darle un abrazo y de expresarle con mi burdo alemán todo mi agradecimiento a su padre y de subir por enésima vez los cuatro pisos, me enseñaron el que va a ser mi cuarto durante los próximos días: un cuartito encantador con un sofá cama muy amplio, desde el que se puede ver parte de la calle y a un montón de alemanes haciendo cosas de alemanes en el edificio de enfrente.

Vista desde mi cuartito provisional


Después de cenar unos knudeln con salsa a las 6 de la tarde (cuando yo normalmente no estoy pensando ni en merendar), han venido unas amigas de Sarah y de Anni, pero yo he decidido quedarme en mi cuartito (no me gusta ser un mueble que no sabe ni oír ni hablar, y he oído más alemán en un solo día que en tres años de estudio), desde donde escribo esto, y desde donde me despido, casi para irme a dormir, mientras oigo el ruido del tranvía que acaba de parar. Willkommen in Deutschland.

jueves, 20 de febrero de 2014

Rumbo a lo desconocido

Bueno, bueno, bueno… El momento se acerca. Mañana a las once de la mañana estaré montada en un avión rumbo a lo desconocido. Esta será mi última entrada hasta que me encuentre en Heidelberg y disponga, de nuevo, de conexión a Internet.

Quiero hablar de algo práctico antes de soltar el pestiño sentimentalista, así que os hablaré del viaje y de los preparativos muy sucintamente. No os puedo recomendar una fecha exacta para comprar el billete de avión (si vais en avión; a mí eso de surcar los aires me aterra, peeeeeero…); yo lo compré con bastantes meses de antelación y no me ha salido muy mal la jugada, pero lo mejor es que comparéis con tiempo. Como comparador de vuelos yo usé Skyscanner y, al final, acabé comprando el vuelo con la famosa aerolínea irlandesa. Bueno, digo compré, pero más bien debería decir compramos la chica con la que me voy (una chiquilla maravillosa del mismo Heidelberg).

Cuando tengáis comprado el vuelo, habréis de poner las maletas que os vayáis a llevar. En mi caso, una de 20 kg (además de la de 10 kg de mano). Reconozco que nunca he hecho una maleta en condiciones, así que no sabía si iba a ser mucho o poco.

Estos últimos días he estado, por fin, ensayando —pocas personas hay en la faz de la Tierra que odien más un imprevisto o tener que hacer las cosas a mata caballo— a hacer la maleta y… ¡cabe mucho más de lo que pensaba! Así que nada, a meter cosas. Yo me voy solo para seis meses, así que imagino que eso también cuenta, aunque he tenido que meter un par de abrigos gordos, bufandas, calcetines térmicos. He aquí una pequeña lista de las cosas que he metido:

  • Camisetas y jerséis a discreción.
  • Pantalones vaqueros, vaqueros de colores y vaqueros algo más arreglados a porrón (soy una mujer cómoda y práctica —ante todo, cómoda—, pese a las amenazas de mi madre «Los vaqueros son muy fríos, ¡te vas a tener que poner unos leotardos debajo…!»).
  • Varias sudaderas.
  • Un par de camisas.
  • Pijamas varios (de invierno y de verano).
  • Un par de pares de zapatillas cómodas con las que poder andar.
  • Unos zapatos de deporte (o, como los llamamos por aquí, unos tenis, por si algún día os vais a correr o de excursión).
  • Chanclas (por si el baño es compartido).
  • Toallas de microfibra (de las de Decathlon, que no ocupan nada y secan que da gusto).
  • Botas forradas, para el frío.
  • Zapatillas para estar en casa.
  • Varios pares de calcetines térmicos.
  • Leggins forrados de pelo por dentro (¡descubrimiento del año!).
  • Los leotardos (por si mi madre al final tiene razón, como siempre).
  • Un abrigo.
  • Una parka de Decathlon, muy abrigada e impermeable.
  • Una americana.
  • Un chaleco.
  • Braga y bufanda infinita de esas.
  • Guantes calentitos.
  • Ropa interior.
  • Medicamentos (lo que podáis necesitar; yo no sé si tendré problemas para adquirir medicamentos allí, así que llevo lo básico: ibuprofeno, paracetamol, pastillas para el mareo, una pomada a base de árnica, etc.).
  • Cámara, cable, pilas recargables y cargador de las pilas.
  • Cable de red.
  • Móvil de repuesto (el móvil anterior al que tengo ahora, que no es ni Smartphone ni nada, pero la batería le dura muchísimos días y puede ser útil si hay una emergencia) y su cargador.
  • Llaveros.
  • Mi calendario de pared de Sherlock (ejem).
  • Una mochila para clase.
  • Documentación (DNI, pasaporte, tarjeta sanitaria europea, acuerdo académico, Zulassungsbescheid…).
  • Artículos de higiene y cuidado personal (champú, acondicionador, gel, cepillo de dientes, etc., además de compresas, horquillas, gomina o lo que necesitéis cada uno).
  • Secador de pelo y planchas (si los usáis).
  • Algún bolso/mochila extra.


Y creo que no me dejo nada (algo sí, seguro). No he metido comida de momento y no creo que lo haga, pero no es por falta de peso: todo eso no superará los 18 kg (tirando por lo alto), aunque la maleta está abultada y pesa como una condenada.

Esto está dividido entre la maleta facturada, la de mano y la segunda bolsita de mano, que Ryanair permite llevar desde diciembre de 2013.

Y hasta aquí lo que tiene que ver puramente con la maleta.

Por triste, por manido, por exagerado y por sentimentaloide que suene, el mayor peso lo llevo por dentro. Intento mantener la cabeza ocupada el mayor tiempo posible con el equipaje, la documentación, el «¡Ay, los calcetines!, ¡ay, el cargador!» para no pensar en lo que se me viene encima. Yo tengo una relación muy estrecha con mi familia y es la primera vez que salgo de casa durante tanto tiempo.

No me gustan las fiestas ni el desmadre; siempre he sido muy casera y de pocos amigos, así que solo de pensar en que me levantaré el sábado, el domingo, el lunes y todos los días durante seis meses y no veré a mi familia, se me encogen las tripas y me gruñen que me quede, que no me vaya, que mande al avión a tomar viento sin mí (Tut mir leid, Anni! Du weißt, ich würde das nie machen!), que el dolor va a ser más que la satisfacción que encontraré allí y que yo no estoy hecha para estar lejos de ella. Mamitis aguda y sin tratamiento.

Tratamiento de choque es lo que necesito, pensaréis muchos, para quitarme la tontería. Por eso tengo las maletas preparadas y un billete de ida para el pueblecito más encantador de toda Alemania.

Me despido hasta que volváis a saber de mí, que espero que sea más pronto que tarde.


¡Hasta la próxima!

sábado, 15 de febrero de 2014

Vamos por partes

¡Saludos a todos otra vez!

En mi anterior entrada dije que iba a dejar el otro papeleo al que uno tiene que enfrentarse para cuando llegase a Heidelberg, pero acabo de terminar los exámenes en Málaga, no tengo nada que hacer y estoy frita por escribir algo que me permita liberar un poco de la tensión que me atenaza las entrañas cada vez que pienso que en menos de siete días ya no estaré por aquí. Así las cosas, ¡entrada nueva!

Como ya comenté, a la vez que lidiéis con el Antrag auf Zulassung und Immatrikulation, con el registro en la plataforma virtual de la universidad y con la foto que tendréis que enviar, también os llegarán, cuando menos lo esperéis, dos nuevos mensajes de correo electrónico desde la universidad: en el primero os facilitarán el formulario para solicitar una habitación en una residencia de estudiantes (Studentenwohnheim) del Studentenwerk (el Studentenwerk es una asociación a nivel nacional encargada de varios asuntos relacionados con los estudiantes universitarios); en el segundo os harán llegar otro formulario, pero esta vez para solicitar una plaza en un curso previo (e intensivo) de alemán, el vorbereitender Deutschkurs, que ya he mencionado en alguna ocasión.

Vamos por partes.

La residencia. El Studentenwerk (que no la universidad), tiene una serie de residencias repartidas por toda la ciudad, destinadas a alojar a estudiantes universitarios. Las habitaciones, según tengo entendido, suelen ser todas individuales (es decir, no compartes habitación con nadie) con cocina y baño compartidos desde tres hasta ocho o nueve personas. Los precios están entre los 230 y los 310 €, aproximadamente.

La única pega que tiene es que, ¡sorpresa!, la residencia no se puede elegir. Sí, sí, así. Al solicitar la plaza, deberéis también rellenar otro impreso en el que elegís, de entre tres tipos de habitaciones (cada una con una pequeña explicación al lado), qué tipo de habitación os gustaría, pero no significa que puedan siempre darte una con las características que has pedido. De hecho, no os aseguran que consigáis una. Debido a la inmensa cantidad de estudiantes que acoge la universidad, de los cuales muchos son Erasmus, las residencias no son suficientes para alojarlos a todos, y solo una pequeña parte se reserva para los Erasmus, aunque de todas formas siguen siendo bastante pocas en comparación con el número estudiantes que las solicitan.

En esta sección de la página web de la universidad podréis encontrar mucha información sobre el alojamiento en la ciudad como estudiantes Erasmus, además de todo lo que ya he mencionado aquí arriba. En la página del Studentenwerk podéis echarle un vistazo a las distintas residencias de Heidelberg, por si caéis en alguna.

Una vez que hayáis enviado la solicitud (en noviembre en mi caso) solo os quedará esperar. Debéis ser bastante rápidos, pues, al menos este semestre, las plazas se adjudican según van llegando solicitudes, ¡así que sed prestos! En enero, más o menos, sabréis si habéis sido agraciados con una habitación en una Studentenwohnheim, aunque —y aquí viene lo mejor— no sabréis cuál es hasta que lleguéis a la ciudad.

Yo he tenido la gran suerte de haber obtenido una habitación, así que no puedo hacer más que aguardar hasta que llegue el momento en el que me den las llaves de mi habitación.

Por supuesto, alojarse en una residencia del Studentenwerk  es solo una de las opciones posibles. Cuando os envíen el correo en el que os hablarán de todo esto, también os enviarán una lista con las residencias privadas que existen en la ciudad, además de una serie de páginas web en las que podréis buscar un piso compartido (Wohngemeinschaft o WG).

Si queréis alojaros en una residencia o en un piso compartido debéis valorarlo vosotros mismos según vuestros gustos o necesidades.

Ahora vamos a por la segunda parte: el curso de alemán. Esto es más cortito.

El Internationales Studienzentrum (ISZ), ofrece, al principio de cada semestre (en el mes de septiembre para el Wintersemester y en marzo para el Sommersemester) un curso intensivo de 80 horas de alemán para aquellos alumnos que, de nuevo, lo soliciten y obtengan una plaza. Hay para todos los niveles y el precio es de 300 €.

En su página podéis ver toda la información y comprobar que no os miento. Yo obtuve también plaza en el curso, así que espero poder ir comentándoos cómo se va desarrollando. De momento solo sé que la prueba de nivel que realizan tengo que hacerla el 4 de marzo.

Y bueno, ¡hasta aquí! Si tenéis alguna duda, podéis leeros las páginas que os he puesto escribirme y os intentaré ayudar en lo que pueda o enviar directamente un mensaje a los encargados de los estudiantes Erasmus de la universidad de Heidelberg.

¡Un saludo, gracias por leer y hasta la próxima (que espero que sea antes de irme)!


sábado, 8 de febrero de 2014

¡Ah, la burocracia!

¡Vamos con la siguiente entrada!

Una vez de que os he convencido para que vayáis a Heidelberg, os voy a contar un poco más sobre la universidad y hablaré un poco sobre lo que hay que hacer como Erasmus para ser un feliz estudiante de la Ruprecht-Karls-Universität Heidelberg.

Como ya os adelanté en la anterior entrada, la oferta académica de la universidad es amplísima, vastísima; una locura. La principal diferencia con nuestro sistema es que no tienen el concepto de año académico tal y como lo tenemos nosotros, sino que existen dos semestres anuales: el Wintersemester y el Sommersemester. El semestre de invierno se extiende desde el 1 de septiembre hasta el 28 de febrero, aunque las clases suelen comenzar a mediados de octubre y suelen acabar a principios de febrero; mientras, el de verano va desde el 1 de marzo hasta el 31 de agosto, aunque, de nuevo, las clases no empiezan hasta mediados de abril y acaban a finales de julio. Esto nos deja con períodos vacacionales de hasta dos meses y medio entre semestres (todo dependerá de la carrera, imagino).

En cada semestre se ofertan asignaturas diferentes —aunque en muchos casos las asignaturas del segundo semestre son segundas partes de las que se impartieron en el primero—, así que no os podéis fiar demasiado de las asignaturas que veáis a la hora de hacer el papeleo y el acuerdo académico, ya que pueden cambiar perfectamente de un semestre para otro, y lo más seguro es que lo hagan.

Ahora bien, ¿dónde se pueden ver las asignaturas de cada semestre? Poco antes del comienzo del Winter- y el Sommersemester entre un mes y dos antes, aproximadamente—, se publica el Vorlesungsverzeichnis (el programa de asignaturas y cursos de la universidad), donde se pueden consultar todas las asignaturas (y cursos, naturalmente) que se van a impartir. Aquí podéis consultar los del Sommersemester 2014, que es el siguiente, pero podéis consultar los anteriores cambiando de semestre con el botón que hay en la esquina superior derecha y que pone «Sommer 2014».

Como véis, hay muchas asignaturas, ¡muchas! Además, no solo se imparten en alemán, sino que, dependiendo de la asignatura, la carrera, etc., se pueden impartir en inglés, español, portugués, italiano... ¡Igualito!

Tendría que contaros muchas más cosas sobre la universidad, pero creo que mejor lo haré cuando llegue y lo vaya viendo con mis propios ojos y lo vaya experimentando en mis propias carnes, porque tampoco quiero aburrir a las ovejas.

Sí os quiero hablar antes de otro tema que a más de uno nos echa para atrás al principio: el papeleo. ¡Ah, la burocracia! Montañas de papeles esperando pacientemente a ser rellenados, firmados, escaneados, enviados... Certificados, informes, formularios, el tío de la moto y la madre del tío de la moto por ahí también... Afortunadamente, una vez finalizado el papeleo con vuestra universidad de origen, en la universidad de Heidelberg el papeleo previo no es para tanto. El previo. Del otro no puedo hablar, por razones obvias.

Muchos pensaréis que para qué cuento esto, pero yo lo eché de menos cuando me tocó hacerlo y, con que le sirva sólo solo a una persona, me doy más que por satisfecha.

Varios meses antes del comienzo del semestre (alrededor de mayo o de noviembre, según el caso) os mandarán un e-mail desde la universidad en el que os explicarán qué pasos tenéis que seguir para registraros en la plataforma virtual; además, os harán llegar el Antrag auf Zulassung und Immatrikulation, que tendréis que rellenar y enviar por correo postal; asimismo, os pedirán que enviéis una fotografía con vuestros datos, todo antes de una fecha límite. Una vez de que os confirmen que lo han recibido todo, ¡ya está! Poco antes (bastante poco antes) del comienzo del semestre, os llegará por correo postal el Zulassungsbescheid, en el que, por fin, apareceréis como estudiantes oficiales de la universidad.

Hay otros formularios que rellenar y enviar, pero son opcionales (para solicitar alojamiento en una residencia del Studentenwerk y una plaza en un curso previo intensivo de alemán, el vorbereitender Deutschkurs) y, al igual que con el resto de cosas de la universidad, las voy a dejar para cuando llegue, que así estará más organizado.

Con esto ya me he extendido más de lo que quisiera, así que lo dejaré aquí por ahora.

Si habéis aguantado hasta aquí... ¡gracias y hasta otra!


martes, 4 de febrero de 2014

¿Adónde me voy?

¡Hola de nuevo!

Me gustaría aprovechar los (pocos) días que faltan para mi partida para explicar algunas cosas sobre la beca Erasmus.

Voy a saltarme el paso en el que explico qué es el programa Erasmus y qué finalidad tiene, porque imagino que, quien esté leyendo esto, seguramente ya lo sabrá y, además, nos encontramos últimamente en un período de turbulencias académicas y de trastornos educativos (con la aprobación del programa Erasmus+, entre otros embrollos) y lo mismo lo que os cuente cambia de aquí a una semana. Tampoco voy a explicar cómo solicitarla, porque eso depende de cada universidad* (y hasta de cada facultad).

Solo diré que en la Universidad de Málaga (UMA) el proceso de solicitud se ha venido iniciando hasta ahora allá por octubre y que la prueba de idioma tiene lugar alrededor de noviembre (mediados o finales).

*Aquí podéis consultar toda la información (plazos, documentación, exámenes, etc.). Además, a mediados de octubre, antes de que se abra el plazo para el envío de solicitudes, tienen lugar las asambleas informativas, en la que también se da toda (o prácticamente toda) la información sobre el programa Erasmus y el resto de programas internacionales.

Bueno, ahora sí, vamos al asunto de la entrada de hoy: «¿Adónde me voy?». 
Quizá la pregunta que más importancia tenga de todas las que os hagáis en vuestra vida.


A lo mejor no en toda vuestra vida, pero sí durante vuestra vida como estudiantes Erasmus.

Esa decisión es la que determinará el idioma que hablaréis y oiréis, el techo bajo el que dormiréis, las caras que veréis, las asignaturas que cursaréis y hasta la comida que comeréis (entre otras muchas cosas) durante el año —o, como en mi caso, el medio año— que pasaréis fuera.

Yo, como podéis leer en el título del blog, decidí irme a la ciudad alemana de Heidelberg. Casi desde el principio tuve claro que quería irme a Alemania, ya que el alemán es mi segunda lengua en Málaga y necesitaba mejorar mi nivel. Esto es algo muy a tener en cuenta si cursáis estudios relacionados con los idiomas: pensad en cuál necesitáis mejorar, en cuál os gusta más o en lo que queráis, pero pensadlo bien y a tiempo.

Tuve la suerte de poder elegir el destino que yo quisiera, y estuve debatiéndome mucho tiempo entre esta y la otra ciudad alemana de Leipzig. Finalmente, me decidí por la primera. No sé si os preguntaréis por qué, pero yo os lo voy a contar (que para eso es mi blog).

Lo primero que tuve en cuenta fue la oferta académica de la universidad de Heidelberg y la propia universidad. La Ruprecht-Karls-Universität Heidelberg es la más antigua de Alemania, así como también la mejor universidad (o una de las mejores) del país y su oferta académica es amplísima. Por ejemplo, mientras que en Málaga podemos elegir entre dos lenguas como segunda lengua (o lengua B), allí se puede elegir entre seis; sin contar con las filologías, en las que también hay asignaturas de traducción. En posteriores entradas hablaré un poco más de esto.

Gran universidad, mejor oferta académica. ¿Y la ciudad? Heidelberg es una pequeña ciudad situada a orillas del río Neckar —a ambas orillas, de hecho, ya que el río la atraviesa—, del tamaño aproximado de un tercio de Málaga. 

De la capital de Málaga, quiero decir. Tiene aproximadamente 100 km2 y unos 150 000 habitantes, para que os hagáis una idea; y está considerada, igualmente, como uno de los lugares más bellos de toda Alemania. La universidad atrae a miles de estudiantes internacionales, así que gran parte de la población son jóvenes universitarios, lo que la convierte en una especie de Granada o Salamanca (sin desmerecer en lo más mínimo a ninguna de las dos). Pese al ambiente estudiantil, es —o eso espero— tranquila y acogedora, y tiene magníficas conexiones con otras ciudades europeas (a pocos kilómetros de Frankfurt am Main, de Stuttgart y a menos de 100 km de la frontera con Francia). Yo no soy amiga de las ciudades grandes ni de las fiestas, así que me pareció maravillosa.

Una de las desventajas, si hay que poner alguna, sería quizá que Heidelberg, además de una de las ciudades más bonitas de Alemania, es también una de las más caras. No lo es en demasía (aunque eso ya os lo confirmaré cuando llegue), así que no hay motivo para preocuparse, pero hay que contarlo todo. Esto se nota menos al compartir moneda, cosa que no ocurre en Reino Unido, donde el salto sí es bastante mayor en general.

Y creo que aquí lo voy a dejar por ahora. ¡Me he extendido demasiado! Como he dicho antes, en futuras entradas hablaré un poco más de la universidad y de las asignaturas, que fue lo que más tuve en cuenta a la hora de elegir destino, así como del alojamiento y todos los trámites que hay que hacer.

¡Hasta la próxima!


domingo, 2 de febrero de 2014

Empieza la aventura

A quienquiera que haya acabado llegando hasta aquí: ¡bienvenido!

Me presento. Soy Pilar, estudio 3.º de Traducción e Interpretación en la Universidad Málaga y durante los próximos seis meses estaré en la pequeña ciudad alemana de Heidelberg gracias a una beca Erasmus.

Estudio en Heidelberg (sí, el título del blog está inspirado en la novela Estudio en escarlata) nace con la intención de servir como prueba documental de mi estancia en aquellas lejanas tierras, para que familia y amigos puedan seguirme la pista y, además, con la osada pretensión de poder servir como referencia a aquellas personas que también hayan decidido pasar una temporada allí o para dar un último empujoncito a los indecisos.

Aquí iré publicando lo más a menudo posible los pequeños acontecimientos del día a día: las risas, las intrigas, los problemas y todas las demás circunstancias que le pueden surgir a cualquiera que no haya estado antes fuera de casa y que se enfrente ahora a ello, armado únicamente con mucha ilusión y con la misma (o mayor) cantidad de incertidumbre.


En menos de tres semanas empieza la aventura.