jueves, 22 de mayo de 2014

En un suspiro

Me gustaría poder tener cosas que contar todos los días, pero, como ya he adelantado más de una vez, la rutina se va apoderando poco a poco de los pocos momentos extraordinarios de cada día, y las semanas se van sucediendo sin demasiados cambios.

Esta entrada va a ser inusualmente corta, algo atípica, porque, como veis, no tengo mucho que contar.
Me complace ver que, poco a poco, voy pudiendo comunicarme mejor con los seres que pueblan este país. Todavía me queda mucho, muchísimo para poder hablar como algunos de mis compañeros, pero hasta yo misma puedo reconocer que ha habido cierta mejoría, sobre todo en lo que se refiere a comprensión oral.
Algunas veces me preguntan también qué echo de menos de España. Siempre respondo que no demasiadas cosas, quitando a la familia y a los amigos. Echo de menos el algarabío por las calles, por ejemplo. Es algo que noté desde que llegué aquí: las calles están siempre llenas, ineludiblemente; siempre hay gente de todas las edades en la calle, llueva o haga sol, sea la hora que sea; sin embargo, aunque esté todo a rebosar, transmite cierta sensación de soledad. Cada persona va en cierto modo inmersa en su vida, en su propia burbuja vital, que la aísla del resto del mundo aunque esté a menos de un paso.

Echo de menos el sol, aunque no tanto como todos puedan pensar; aquí también pega el calor (y últimamente el calor es sofocante) y todos van con ropa de verano desde hace varias semanas.
Echo de menos algo de lo que todos los alemanes se sorprenden cuando llegan a España: las tiendas de fruta y verdura. Algo que para nosotros es tan común y de las que suele haber dos por barrio, aquí no existe o están infinitamente más escondidas. Aquí todo se vende en los supermercados (y, según qué cosas, a unos precios desorbitados) y el surtido es extraordinario, hay que admitirlo. Incluso echo de menos el olor a pescado y los alaridos de los tenderos del mercado(na).

Echo de menos las persianas. ¡Las cortinas! Soy demasiado vaga como para comprarme unas cortinas (y vete tú a encontrar el tipo de cortina que encaja en estos rieles) y la habitación no tiene ni persianas, con lo que a mi habitación no le falta luz. ¡Nunca! Aunque tengo que reconocer que todo tienes sus ventajas: despertarte todos los días con la luz del sol a las 7 de la mañana hace que aproveches el día mucho más.
Incluso diría que echo de menos Málaga como ciudad. Parece que solo cuando estás fuera eres capaz de ver lo que dejas atrás y ver encanto y belleza donde antes solo veías monotonía y color gris. Sin embargo, Heidelberg tiene algo que, aunque suene a tópico, hace que cada segundo que pases aquí te sepa a poco. Siempre hay algo que hacer, algo que visitar, un concierto, una charla, un coloquio, puestos de comida por doquier y turistas a todas horas.

Estos tres meses han pasado en un suspiro y miro a los próximos tres con el miedo de que se sucedan igual de rápido, dejándome con el sabor amargo de la oportunidad desaprovechada y el tiempo perdido.


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