Me gustaría poder tener cosas que contar todos los días,
pero, como ya he adelantado más de una vez, la rutina se va apoderando poco a
poco de los pocos momentos extraordinarios de cada día, y las semanas se van
sucediendo sin demasiados cambios.
Esta entrada va a ser inusualmente corta, algo atípica,
porque, como veis, no tengo mucho que contar.
Me complace ver que, poco a poco, voy pudiendo comunicarme
mejor con los seres que pueblan este país. Todavía me queda mucho, muchísimo
para poder hablar como algunos de mis compañeros, pero hasta yo misma puedo
reconocer que ha habido cierta mejoría, sobre todo en lo que se refiere a
comprensión oral.
Algunas veces me preguntan también qué echo de menos de
España. Siempre respondo que no demasiadas cosas, quitando a la familia y a los
amigos. Echo de menos el algarabío por las calles, por ejemplo. Es algo que
noté desde que llegué aquí: las calles están siempre llenas, ineludiblemente;
siempre hay gente de todas las edades en la calle, llueva o haga sol, sea la
hora que sea; sin embargo, aunque esté todo a rebosar, transmite cierta
sensación de soledad. Cada persona va en cierto modo inmersa en su vida, en su
propia burbuja vital, que la aísla del resto del mundo aunque esté a menos de
un paso.
Echo de menos el sol, aunque no tanto como todos puedan
pensar; aquí también pega el calor (y últimamente el calor es sofocante) y
todos van con ropa de verano desde hace varias semanas.
Echo de menos algo de lo que todos los alemanes se
sorprenden cuando llegan a España: las tiendas de fruta y verdura. Algo que
para nosotros es tan común y de las que suele haber dos por barrio, aquí no
existe o están infinitamente más escondidas. Aquí todo se vende en los supermercados
(y, según qué cosas, a unos precios desorbitados) y el surtido es
extraordinario, hay que admitirlo. Incluso echo de menos el olor a pescado y
los alaridos de los tenderos del mercado(na).
Echo de menos las persianas. ¡Las cortinas! Soy demasiado
vaga como para comprarme unas cortinas (y vete tú a encontrar el tipo de
cortina que encaja en estos rieles) y la habitación no tiene ni persianas, con
lo que a mi habitación no le falta luz. ¡Nunca! Aunque tengo que reconocer que
todo tienes sus ventajas: despertarte todos los días con la luz del sol a las 7
de la mañana hace que aproveches el día mucho más.
Incluso diría que echo de menos Málaga como ciudad. Parece
que solo cuando estás fuera eres capaz de ver lo que dejas atrás y ver encanto
y belleza donde antes solo veías monotonía y color gris. Sin embargo,
Heidelberg tiene algo que, aunque suene a tópico, hace que cada segundo que
pases aquí te sepa a poco. Siempre hay algo que hacer, algo que visitar, un
concierto, una charla, un coloquio, puestos de comida por doquier y turistas a
todas horas.
Estos tres meses han pasado en un suspiro y miro a los
próximos tres con el miedo de que se sucedan igual de rápido, dejándome con el
sabor amargo de la oportunidad desaprovechada y el tiempo perdido.
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