jueves, 5 de junio de 2014

Feiertag, Schwäbische Alb y pan ingera

Juro que lo abandonado que tengo el blog tiene una explicación: ¡exámenes! Bueno, en singular. ¡Examen! Y pereza, lo reconozco.

 Antes de entrar en materia, quiero recomendaros otro estupendástico blog de una magnífica personita que está también en Heidelberg, Lierni —a la que todos, más o menos secretamente, odiamos un muchito cuando habla inglés; es así, Lierni—. El suyo es uno de los que yo leía (y sigo leyendo) antes de venir aquí y os lo recomiendo si, como es comprensible, queréis cambiar un poco de aires: Ich erasmuse in Heidelberg.

Dicho esto, vamos con el tema principal del post de hoy: ¡dos semanas prácticamente! Hemos hecho bastantes cosas estas dos semanas, espero poder resumirlas todas. El sábado 24, como otros muchos, fuimos a ver la final de la Liga de Campeones. Todos son bastante más forofos del fútbol que yo y propusieron que fuéramos a ver el partido al Marstallhof, el patio exterior que hay entre Marstallmensa y Marstallcafe, un terreno cubierto de césped donde colocan una pantalla de televisión de dimensiones nada despreciables durante la temporada de fútbol (y que, previsiblemente, estará ahí hasta que acabe el mundial, con lo que aún le queda un rato). Me dije que por qué no, así estaría un rato con todos y un partido de vez en cuando no hace daño.

¡Hasta montaron un puesto donde vendían paella! ¡Paella! Paella a las nueve de la noche y cocinada por no-españoles, para más inri. Pues vendían raciones. A 3,50. Tengo que reconocer que olía bastante bien.

Creo que todos habréis visto o conoceréis el resultado del partido, así que eso no lo comentaré. Solo hablaré de las olas de españoles (o de aficionados del Madrid, al menos) que se formaron en la media hora de los goles no eran normales.

Al día siguiente, domingo, y para no romper la tradición de los últimos meses, nos apalancamos en casa de Daan para hacer otra de nuestras gemeinsames Essen. El plan en un principio era algo anglogermánico, es decir, plato principal alemán y postre inglés, pero Dominique cayó enfermo pocos días antes, así que hubo que buscar una nacionalidad de emergencia. Y a una, que le gusta cocinar, pues… Angloespañol. Al final nos decidimos por hacer un par de platos típicos para tapas, patatas bravas y berenjenas fritas con miel de caña (este último lo mismo fuera de Málaga y de Andalucía no se conoce mucho, pero no dejéis de probarlo) junto con unas aceitunas partías ahí güeñas llegadas directamente de tierras españolas y que parece que fueron un éxito (pues chicos, aún tengo media garrafa, así que chop chop).

De postre, Amy nos hizo un appel crumble que estaba verdaderamente para chuparse los dedos. Aunque no lo parezca, hacemos más cosas aparte de comer, como ponernos a buscar la versión original de la Macarena o a buscar trabalenguas en los distintos idiomas (y tengo que reconocer que disfruto haciendo rabiar a los que no tienen vibrante ni vibrante múltiple con el del perro de San Roque…).

El lunes, al caer la tarde y tras muchos tiras y aflojas, nos apuntamos a ir a un quiz en Mohr, al igual que habíamos hecho hacía unas semanas. Allí nos encontramos con el resto de amigos de Dominique (que ese día faltaba también) y esta vez lo pasé mucho mejor (tal vez porque algo pude contribuir…). ¡Quedamos segundos —y nos regalaron una botella de Sekt—!

El jueves era Feiertag, o lo que es lo mismo, ¡fiesta! No sé de dónde sacan que los españoles tenemos demasiadas fiestas, porque yo aquí he tenido dos o tres semanas con todas las clases completas, el resto siempre ha tenido algún día de fiesta de por medio. El día 29 era Christi Himmelfahrt, que para nosotros es el día de la Ascensión, pero que no es festivo. La universidad organizaba ese día un viaje a Schwäbische Alb y a Burg Honhenzollern al que nos habíamos apuntado, así que a las 8 de la mañana estábamos como un clavo en el autobús.

El viaje fue largo, unas dos horas largas en el bus en dirección al sur, pasado Tübingen. La primera parada no fue en la misma montaña, sino que hicimos una visita a Bad Urach, una pequeña ciudad medieval que está a los pies de Schwäbische Alb (conocida en español como la cordillera Jura de Suabia, ahí es nada) y que es famosa por los balnearios y baños terapéuticos, además de por ser, presuntamente, el lugar de origen de los panecillos alemanes por antonomasia: los Brezel. Fue una lástima que estuviera todo cerrado por ser día festivo, porque habría comprado un paquete de esa pasta con forma de brezel









Visitamos, como de costumbre, una de las iglesias y la plaza del mercado, antes de que nos dieran algo de tiempo para comer y seguir adelante. La siguiente parada sí era la cordillera, concretamente nos llevaron a ver las Karls- y Bärenhohle, dos grutas de estalactitas y estalagmitas absolutamente preciosas. La segunda tiene ese nombre (Bär significa oso) porque parece ser que allí habitaban osos cavernarios —extintos hace unos 10 000 años y en la Tierra desde hace unos 250 000—. Como podéis imaginar, las cuevas, siendo tras todos estos siglos, han ido desarrollando en toda su extensión una cadena de estalactitas y estalagmitas que son maravillosas. Es una pena que mi cámara no quisiera colaborar demasiado para poder sacar fotografías, porque realmente merecen la pena.






Al salir de las grutas y pararnos un poco en el parque de atracciones que hay justo a la entrada de las cuevas (no preguntéis por qué) nos encaminamos directamente a Burg Hohenzollern, es decir, ¡al castillo de Hohenzollern! Es un castillo pegadito a Stuttgart, ligado a la Dinastía Hohenzollern, familia que gobernó Prusia y Brandeburgo hasta después de la Primera Guerra Mundial. Este es el tercer castillo realmente, pues los otros dos que ocuparon su lugar fueron o bien destruidos por el asedio o abandonados y derribados después.

Se encuentra a unos 850 metros de altura, aislado prácticamente, y para llegar a él hay que caminar un buen rato cuesta arriba. Sin embargo, la subida merece mucho la pena. El castillo es espectacular y las dependencias del rey y la reina (que se pueden visitar, aunque no está permitido hacer fotografías), la capilla y las mazmorras son magníficas.




















El fin de semana lo pasé mayormente en casa preparando el examen del lunes, motivo por el que estas semanas no he podido escribir todo lo que me habría gustado. El martes de esta semana he tenido el primer examen de los 7 u 8 que debería tener: ¡Fachübersetzen! Traducción especialidad, textos jurídicos concretamente.

Digo mayormente, porque el sábado, no sé muy bien cómo, conseguí convencer a mis escépticos amigos de que fuésemos a cenar a un restaurante africano (recomendación de varias personas), después de haberme ido con Ignasi de compras a Mannheim. A mí el pan ingera me pareció buenísimo y la comida muy muy buena, salvo porque la mayoría de platos eran un poco picantes. Además, me encantó el tener que comerlo con las manos (así es como está buena la comida, hombre ya).

El domingo fue igualmente tranquilo, e Ignasi y yo accedimos a irnos a ver Tatort a casa de Daan, ya que en Marstall ha comenzado la temporada de fútbol y no creo que pongan mucho más aparte de eso hasta que acabe —cuando empiece— el Weltmeisterschaft, el mundial.

¡Esta vez se ha alargado un poco! Espero poder volver a retomar el ritmo que tenía antes al menos en poco tiempo.


Tschüssi!

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