jueves, 8 de mayo de 2014

Viajillo a Karlsruhe

El viernes, ¡por fin! ¡Por fin llegó el paquete! ¿Qué paquete? ¡El paquete desde España! Tuve que ir a recogerlo a casa de una vecina, ya que yo no estaba cuando el repartidor llegó, pero ¡al fin era mío!
Al abrir la caja me encontré con que, por supuesto, mis padres habían desoído todas mis indicaciones y habían metido dentro embutidos y jamón. Por suerte, las cosas importantes también estaban dentro: mi gramática alemana de autor de nombre catalán impronunciable, avíos para la piscina, botes de colacao, colorante para la paella… ¡de todo!



  ¡Sí, sí, sí! ¡Ya está aquí mi gramática alemana querida!

El sábado, después de un desayuno con chorizo der güeno, habíamos quedado para hacer un viajillo a Karlsruhe Felipe, Thaís, Natasha, Natalia, Cecilia, Ignasi, Lea y yo. Lea es alemana, pero aprende portugués (bueno, aprende, cómo habla la jodía), así que se daba la circunstancia de que, si no nos entendíamos en alemán, siempre podíamos hablar en nuestro propio idioma y lo mismo nos enterábamos bien.

No voy a negar que la ciudad era bonita, pero nos desilusionó sobremanera que las atracciones principales, el palacio y el Bundesverfassungsgericht, estuvieran en obras; para colmo, al parque, a diferencia de otros del mismo estilo, no se podía entrar de forma gratuita, así que no es que viéramos mucho. No obstante, hablamos mucho y nos divertimos también bastante, así que el viaje mereció la pena.



























El domingo, como la mayor parte de los domingos, lo pasé en casa adelantando trabajo para la semana siguiente y por la tarde nos fuimos los de siempre, Ignasi, Ceci, Daan y yo a ver lo de todos los domingos en el lugar de siempre: ¡Tatort! Me sorprende gratamente el darme cuenta de voy entendiendo más de lo que dicen, mientras que al principio no podía entender prácticamente nada. Además, no hay nada que me guste más que un Krimi, y, si es en buena compañía, pues mejor.

Si alguien me hubiera dicho hace unos años que me iba a encontrar a las once y media de la noche de un lunes sentada en un banco junto al río con un japonés, una italiana, un catalán y un neerlandés comiendo palitos salados y bebiendo licor de manzana, lo mismo habría pensado que me estaban contando un chiste malo.

Pero no.

El lunes, en teoría, había un Sternschnuppenschwarm. Ese palabro, que aprovecho para escribir cada vez que puedo, no es más que una lluvia de estrellas. Mientras comíamos en la mensa pensamos que, si era cierto, merecería la pena quedarse un par de horas a verlas, aunque al día siguiente tuviéramos clase. Tampoco podríamos quedarnos hasta más tarde porque, y eso es algo que veréis si algún día estáis aquí, los horarios de los autobuses no son nada normales, y viviendo en una zona que no sale ni en el mapa es mejor no perder el último autobús de la noche.

Decidimos que nos veríamos sobre las diez de la noche y veríamos qué pasaba. Lo que pasó fue que se levantó un viento infernal de la nada, que traía un frío que ríete tú del frío que pasamos en Karlsruhe y que allí, por no caer, no caían ni las hojas de los árboles. Thaís, Natasha y Hye Young (alias Sophie) nos dejaron pronto, pero nosotros con las mismas nos sentamos en un banco cercano, donde estábamos más recachados y dimos cuenta de los palitos salados y el licor de manzanas que teníamos para entrar en calor. Sin embargo, me parece que lo que más nos hizo entrar en calor fue las risas que nos echamos con las estrellas dichosas.

Como, de todas formas, había poco que ver y al día siguiente todos teníamos clase, estábamos ya todos en casa antes de la medianoche.


P.D.: Mirad, ¡mirad lo que llegó a mi poder procedente de los mismísimos Países Bajos! ¡Es lo que parece! Os aseguro que no existe nada tan azucarado, especiado y rico en el mundo entero.

¡Síiiiiií! ¡Crema de speculoos! En España no he podido encontrarla y aquí creo que solo se vende en Navidad. Estos neerlanedeses la pueden tener todo el año...

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