El viernes, ¡por fin! ¡Por fin llegó el paquete! ¿Qué
paquete? ¡El paquete desde España! Tuve que ir a recogerlo a casa de una
vecina, ya que yo no estaba cuando el repartidor llegó, pero ¡al fin era mío!
Al abrir la caja me encontré con que, por supuesto, mis
padres habían desoído todas mis indicaciones y habían metido dentro embutidos y
jamón. Por suerte, las cosas importantes también estaban dentro: mi gramática
alemana de autor de nombre catalán impronunciable, avíos para la piscina, botes
de colacao, colorante para la paella…
¡de todo!
¡Sí, sí, sí! ¡Ya está aquí mi gramática alemana querida!
El sábado, después de un desayuno con chorizo der güeno, habíamos quedado para hacer
un viajillo a Karlsruhe Felipe, Thaís, Natasha, Natalia, Cecilia, Ignasi, Lea y
yo. Lea es alemana, pero aprende portugués (bueno, aprende, cómo habla la
jodía), así que se daba la circunstancia de que, si no nos entendíamos en
alemán, siempre podíamos hablar en nuestro propio idioma y lo mismo nos
enterábamos bien.
No voy a negar que la ciudad era bonita, pero nos
desilusionó sobremanera que las atracciones
principales, el palacio y el Bundesverfassungsgericht,
estuvieran en obras; para colmo, al parque, a diferencia de otros del mismo
estilo, no se podía entrar de forma gratuita, así que no es que viéramos mucho.
No obstante, hablamos mucho y nos divertimos también bastante, así que el viaje
mereció la pena.
El domingo, como la mayor parte de los domingos, lo pasé en
casa adelantando trabajo para la semana siguiente y por la tarde nos fuimos los
de siempre, Ignasi, Ceci, Daan y yo a ver lo de todos los domingos en el lugar
de siempre: ¡Tatort! Me sorprende gratamente el darme cuenta de voy entendiendo
más de lo que dicen, mientras que al principio no podía entender prácticamente
nada. Además, no hay nada que me guste más que un Krimi, y, si es en buena compañía, pues mejor.
Si alguien me hubiera dicho hace unos años que me iba a encontrar
a las once y media de la noche de un lunes sentada en un banco junto al río con
un japonés, una italiana, un catalán y un neerlandés comiendo palitos salados y
bebiendo licor de manzana, lo mismo habría pensado que me estaban contando un
chiste malo.
Pero no.
El lunes, en teoría, había un Sternschnuppenschwarm. Ese palabro, que aprovecho para escribir
cada vez que puedo, no es más que una lluvia de estrellas. Mientras comíamos en
la mensa pensamos que, si era cierto, merecería la pena quedarse un par de
horas a verlas, aunque al día siguiente tuviéramos clase. Tampoco podríamos
quedarnos hasta más tarde porque, y eso es algo que veréis si algún día estáis
aquí, los horarios de los autobuses no son nada normales, y viviendo en una
zona que no sale ni en el mapa es mejor no perder el último autobús de la
noche.
Decidimos que nos veríamos sobre las diez de la noche y
veríamos qué pasaba. Lo que pasó fue que se levantó un viento infernal de la
nada, que traía un frío que ríete tú del frío que pasamos en Karlsruhe y que
allí, por no caer, no caían ni las hojas de los árboles. Thaís, Natasha y Hye
Young (alias Sophie) nos dejaron
pronto, pero nosotros con las mismas nos sentamos en un banco cercano, donde
estábamos más recachados y dimos
cuenta de los palitos salados y el licor de manzanas que teníamos para entrar
en calor. Sin embargo, me parece que lo que más nos hizo entrar en calor fue
las risas que nos echamos con las estrellas dichosas.
Como, de todas formas, había poco que ver y al día siguiente
todos teníamos clase, estábamos ya todos en casa antes de la medianoche.
P.D.: Mirad, ¡mirad lo que llegó a mi poder procedente de
los mismísimos Países Bajos! ¡Es lo que parece! Os aseguro que no existe nada tan azucarado, especiado y rico en el mundo entero.
¡Síiiiiií! ¡Crema de speculoos! En España no he podido encontrarla y aquí creo que solo se vende en Navidad. Estos neerlanedeses la pueden tener todo el año...
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