sábado, 21 de junio de 2014

Schlossbeleuchtung, Klausuren, Moselfahrt y Entenrennen

 Como ya adelanté en la anterior entrada, hace unas semanas tuve mi primer examen en la Universidad de Heidelberg. Una Klausur, como los llaman aquí. El examen era de traducción jurídica, concretamente de textos relacionados con la compraventa inmobiliaria. Afortunadamente, el profesor decidió no ponérnoslo excesivamente complicado (y, con todo, lo fue) y salí medio contenta —hasta que luego empiezas a hablar con los demás, ves que has confundido términos, que has ignorado completamente una de las palabras más importantes del contrato y demás—. Bueno, al menos tenemos otro a mediados de julio, con el que hará media.

Sí, a mediados de julio. Las clases, como alguna vez habré mencionado, aquí acaban a finales de julio y, según la asignatura, los exámenes duran también hasta entonces. Algo tiene que tener haber empezado las clases a mediados de abril y tener casi un día de fiesta por semana —hace unas semanas fue Christi Himmelfahrt, la semana pasada tuvimos el Pfingstmontag y esta semana, el jueves en concreto, fue Fronleichmann, ¿no es maravilloso?—.

Siento llevar tanto retraso con el blog, pero, aparte del primer examen del que os he hablado he hecho otros tres más en estas semanas y no tenía fuerzas ni ganas de escribir. Afortunadamente, a partir de ahora tengo unas semanillas algo más libres, puesto que no tengo que volver a ir a algunas asignaturas (ya que ya hemos hecho el examen final).

¡Tengo tantas cosas que contar de estas semanas! El sábado, día 7 de junio, era la primera Schlossbeleuchtung del año. Esto significa que el castillo (Schloss) se ilumina (beleuchten), de manera que parece que está ardiendo, al igual que lo hizo cuando Luis XIV entró a la ciudad y le dio por meterle fuego. Esta vez no es tan violento y, además, se lanzan fuegos artificiales desde Alte Brücke, así que desde la Neckarwiese se puede ver todo perfectamente. Llegamos allí con una hora de antelación, pero todo estaba completamente lleno de gente, ¡por poco no podemos coger un sitio! Los fuegos duraron menos tiempo de lo que había pensado, pero fueron preciosos y los ¡Oooooh! y ¡Aaaaah! no dejaban de sonar tras cada cohete. La noche la terminamos con un enorme helado (el mío de té matcha y algo que no logro recordar).






El día de Pfingstmontag, es decir, el día 9, nos fuimos de excursión con la Universidad (cosa que hacemos últimamente bastante a menudo y eso que el dinero no crece precisamente en los árboles) en un viaje por los alrededores del río Mosel (Mosela, en español). El río Mosela es otro afluente del Rin que discurre por una conocida zona vinícola en Alemania, además de por el noreste de Francia y Luxemburgo. Teníamos preparado un viaje por el río en barco, pero antes nos llevaron a visitar Cochem, una pequeña ciudad medieval situada a orillas del río, con un castillo feudal en lo más alto de la ciudad, que también nos llevaron a ver.



Cochem es especialmente conocida por sus vinos y por ser un destino turístico, cosa que notamos en cuanto pusimos un pie en ella, pues la inmensa mayoría de personas que había por la calle eran turistas a todas luces. Era un día de fiesta y, mientras que en Heidelberg estaba todo cerrado (y mira que es otra ciudad turística), aquí todo estaba abierto, casi de par en par, para aprovechar el fantástico tiempo que hizo (a veces demasiado fantástico). Digo demasiado fantástico porque ese día, sin nosotros saberlo, fue el día más caluroso de lo que llevamos de primavera (o de prinvierno, porque lo mismo tienes que salir con parasol que con paraguas o con el chaquetón de invierno el día 4 de junio —verídico—), y alcanzamos unos estupendos 36 º (que se sentían como 40 estando al sol).




Las vistas desde el castillo eran maravillosas y la guía que nos acompañó un encanto, aunque nos obligaran a separarnos en dos grupos y el grupo de delante decidiese no esperar cinco minutos a que nosotros acabáramos nuestra visita y se largaron… nuestro guía y responsable incluido. Menos mal que la ciudad era todo pasillo prácticamente.
















Después de reponer fuerzas con una Frikadelle del tamaño de un puño de labriego, nos llevaron hasta el barco, no sin antes hacer una pequeña visita a una capilla que había en los alrededores de dónde estábamos, Beilstein, donde nos enseñaron una schwarze Madonna. Lo que viene a ser una virgen negra. Será que en España tenemos unas cuantas y no me extraña tanto, pero algo sorprendidos sí que estaban algunos.
Por fin llegó lo que todos estábamos esperando: el paseo en barco. El barco del terror, prácticamente, porque, aunque el viaje fuera precioso, el hecho de estar a las cinco de la tarde a 36º en la cubierta de un barco y con solo una botella de agua caliente (o, en su defecto, una botellita de 200 ml de agua fría, pero con gas y pagando dos eurazos) a mano hizo que no disfrutásemos tanto como habíamos pensado. Eso sí, la compañía hizo que el tiempo se pasara más rápido y nos lo pasáramos bien también.

 De izquierda a derecha: Amy, Cecilia, Hilary y Kinga. Die schönste Mädels des Schiffes y olé.



El domingo, día 15, en Heidelberg celebraban la 3. Entenrennen, es decir, ¡la tercera carrera de patos de Heidelberg! Efectivamente, no son patos de verdad, es mucho mejor: ¡son patos de goma! Por unos cinco euros, que luego se destinan a fines benéficos, puedes comprar un pato de goma para participar en la carrera. Todos los patos, numerados, se disponen en una bolsa en un camión sobre el puente Theodor-Heuss-Brücke y, desde ahí, son lanzados al Neckar en una carrera río abajo que dura unos cien metros. Hay premios importantes para los tres primeros y premios de menor valor para los siguientes treinta o cuarenta patos, pero ¡participan más de 4000!

Decidimos que eso había que verlo, pero yo solo podía estar un rato (al día siguiente tenía un examen), aunque igualmente fui y nos lo pasamos francamente bien, aunque no ganamos nada. Al menos Cecilia pudo recuperar su pato y quedárselo de recuerdo.




 ¡Patooooooooos! También había premio para los más originales o bonitos, de ahí que algunos estén pintados.

 Ceci pudo recuperar su pato después de la carrera

 Como veis no, no sé posar, pero la cara de felicidad que tengo es por la Schokolade-Bananen-crêpe que me había pimplado hacía un segundo


Esta semana, por fin, he hecho el examen al que más temía de los que iba a tener: el examen de traducción inversa sin diccionario bilingüe. Por si no fuera espantoso de por sí, el texto tenía todo lo que uno pudiera imaginar en cuanto a elementos culturales: franquismo, flamenco, gitanos y hasta la prueba del pañuelo.

Otra cosa que nos ha tenido especialmente ocupados esta semana es el mundial de fútbol o, como lo llaman aquí, Weltmeisterschaft, abreviado, porque estos palabros hay que abreviarlos, WM . Yo no soy para nada futbolera, pero el estar rodeado de gente de todo el mundo hace que prácticamente todos los días vayas al Marstallhof a ver un partido u otro solo para estar con los demás y animar al equipo de tus amigos. No voy a comentar los dos mojones de partidos que ha hecho España (ups), solo diré que no puedo quitarme de la cabeza el Schade Spanien, alles ist vorbei, ja, ja, ja. Aquí el fútbol se vive de otra manera, tanto que incluso el lunes, cuando Alemania jugó contra Portugal, dejamos de lado la clase de alemán en Max-Weber-Haus y la profesora se agenció un televisor para ver el partido. Un Hörverstädnis de lo más entretenido, desde luego.

Y así, poco a poco, van pasando los días sin que me dé cuenta de que casi llevo aquí cuatro meses y que apenas me quedan dos para dejar esta ciudad.
                

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