¿Qué excusa puedo
poner esta vez? Ninguna, y tendréis toda la razón. O miles, si me dais la
oportunidad. La primera que pondré será la más razonable: exámenes, que no han
sido pocos. En total he tenido cerca de diez, aunque los últimos cinco han sido
en días consecutivos. A falta de saber una nota, puedo decir que, salvo en una
asignatura, estoy más que satisfecha con los resultados que he tenido aquí.
La última vez que
escribí faltaban alrededor de dos meses para que se terminase mi tiempo
aquí. A día de hoy se han esfumado ya
casi treinta de esos días. No es que el momento de las despedidas se acerque,
es que acecha ya desde detrás de la puerta, con ojos brillantes y sonrisa de
medio lado. En unos pocos días se marchan dos de mis amigos más cercanos, y son
ya muchos los que han metido ya en la maleta un año (o seis meses) de vida y se
han llevado con ellos de vuelta a su país los pedazos desmembrados de las
historias que comenzaron aquí.
Pero bueno. No
sigamos por aquí. Vamos a intentar hacer un resumencillo del último mes, que ha
dado realmente para mucho.
La última vez os
hablé de la Schlossbeleuchtung de
junio, así que ahora no os voy a poner la de julio, pese a que también nos
acercáramos a verla. Bueno, nos acercáramos o nos alejáramos, según se mire,
porque esta vez la disfrutamos entre plantas y espinos desde el Philosophenweg
Anteriormente a eso
(muy anteriormente), hicimos el que, para nosotros, fue el último viaje
organizado de la Universidad: Schwarzwald
(la famosa Selva Negra, de donde es típica, efectivamente, la famosa tarta
del mismo nombre), en el que visitamos también el pueblo cercano de Gegenbach,
nos llevaron al Vogtsbauernhofes, al
lago (no tan cercano) Mummelsee y a
la ciudad de Baden-Baden.
Gegenbach es un
pueblecito típico de la Edad Media, como el 80 % de los pueblecitos que nos han
llevado a ver, nada más y nada menos, lo que no le resta encanto.
Justo después nos llevaron a ver el arriba mencionado Vogtsbauernhofes, un museo al aire libre donde se conservan las casitas típicas de la Selva Negra, amuebladas y dispuestas tal y como estaban en su momento. El museo me pareció
precioso e interesantísimo. Por supuesto, tanto la visita al museo como el
resto del viaje lo pasamos pasados por
agua como es totalmente comprensible para un día de finales de junio en
este país.
Nos dieron tiempo
para comer y, después de reponer fuerzas con unas Reibekuchen o Kartoffelpuffen
con Apfelmus y un trozo de auténtica Schwarzwaldkirschtorte nos llevaron a lo
más profundo (quizá no tanto) de la
Selva Negra, cuesta arriba, hasta llegar al Mummelsee.
El lago es un lugar excepcionalmente
bello, y que lo habría sido muchísimo más si hubiéramos podido disfrutar
de buen tiempo y buena temperatura (que era bastante baja encima de la
montaña).
Allí apenas estuvimos
una media hora, tras la que bajamos y nos montamos de nuevo en el autobús
camino a Baden-Baden. La ciudad es conocida por los extranjeros generalmente
por ser una ciudad de turismo de lujo y por alojar el famoso casino de Baden-Baden,
así como a personalidades de todo el mundo en todas las épocas.
Tras una corta
visita por la ciudad, nos dejaron una media hora libre antes de marcharnos
definitivamente de la Selva Negra. En esa media hora pudimos comprender por qué
la ciudad se llama Baden-Baden (baden en alemán significa bañarse), pues en quince minutos nos
cayó la tormenta más espantosa que me haya cogido en toda mi vida y los
paraguas no sirvieron de mucho.
Una vez que
llegamos a Heidelberg y casi secos, acabamos el día haciendo una parada extra
en Marstall, ya que ese día (todavía seguíamos en el mundial) había fútbol.
Otra celebración
que no podía dejar de mencionar fue el cumpleaños de nuestra ragazza preferida, Ceci, que cumplía
nada más y nada menos que 22 años. Ni aquí me libro de ser la más pequeña del
grupo, córcholis.
El mismo día de su
cumpleaños se dio la casualidad de que había comida japonesa en la mensa, así
que teníamos motivo de más para juntarnos al final del día y cenar un delicioso
sushi (y bueno, según Yohei) y una igualmente
riquísima sopa de miso, pese a que el aspecto inicial no fuera tan apetecible.
Al día siguiente fuimos a disfrutar de auténtica comida italiana a un
restaurante cercano, donde comimos realmente bien. Por la noche nos encontramos
todos para ir a un pub a celebrarlo en condiciones (pese a que los pubs y yo no
nos llevamos bien y me marché pronto). No tengo fotos del momento porque una servidora se llevó la cámara y no la sacó de la mochila en todo el día, tut mir leid.
Entre partidos y partidos
llegamos a la gran final, Alemania-Argentina, que todos sabéis cómo acabó...
Será que la zona por la que yo vivo está muy alejada del centro de la ciudad y
de
Bismarckplatz, pero
no presencié el jolgorio que esperaba tras la victoria del equipo alemán,
aunque, según nos contaron después, la plaza estaba totalmente abarrotada de
gente, hasta el punto de que los coches no podían circular por la calzada y
tenían que detenerse, al verse rodeados de personas. Nosotros, por nuestra
parte, vimos el partido entre Wurst y
Wurst (¡la primera que me comía desde
que llegué, casi nada!).
Las siguientes
semanas estuvieron llenas de pequeñas cosas, pero era cuando tocaba estudiar
para los exámenes, que se encontraban peligrosamente cerca.
Foto de la sala pequeña de interpretación con los compis más majos der Welt. De izq. a dcha. Lierni, Katia, Cristina, Maialen, Ignasi y mi mochila en representación mía.
Una vez acabados
los exámenes, es el momento de aprovechar al máximo el escasísimo tiempo que
nos queda juntos. Espero volver a escribir pronto para contaros si hemos
sobrevivido a las oleadas de lágrimas que se van a formar en Heidelberg en los
próximos días.